Diario de un profesor de matemáticas
VIVIENDO EL DÍA A DÍA
matemáticas e inteligencia artificial
En los últimos meses, la inteligencia artificial está en boca de todos y, como no, en el sector educativo también. Los foros de debate se llenan de argumentos con las ventajas e inconvenientes de esta tecnología que lo está invadiendo todo.
Está claro que, como cualquier avance, la inteligencia artificial mal utilizada puede ser peligrosa. Como docentes, todos hemos escuchado que a partir de ahora los alumnos pueden hacer sus deberes preguntando a la famosa aplicación chatGPT. Y por supuesto que lo pueden hacer, pero también tenemos que tener claro que, como docentes, debemos adaptar nuestra forma de enseñar a los tiempos que corren.
Cuando empecé a trabajar como profesor de Matemáticas, utilizaba la pizarra para las explicaciones. Pero con el paso de los años fui adaptando mi forma de enseñar, utilizando el ordenador y las distintas aplicaciones que iban apareciendo. Siempre buscando mejorar la calidad de la enseñanza, ya que, no podemos olvidar que nuestro objetivo es hacer que los alumnos aprendan de la mejor manera posible y que esos conocimientos les sean útiles para afrontar los distintos retos con los que se van a encontrar en esta sociedad.
Pero al igual que las nuevas tecnologías se hacían un hueco en mis clases, otras cosas se iban perdiendo por el camino. Una de ellas fueron los deberes, o al menos como se entendían cuando yo era estudiante. Esas colecciones infinitas de ejercicios con los que pedíamos a los alumnos que practicaran. Con la experiencia que iba adquiriendo en el aula, comprendí que eso no tenía ningún sentido, había que cambiar el concepto, siendo toda una revolución la llegada de la metodología de clase invertida (Flipped Classroom) y la utilización de servicios como YouTube para poder realizar esta reinvención de los deberes o las tareas que los alumnos tienen que realizar en sus hogares.
Ahora llega la realidad virtual y con ella, una nueva herramienta con la que podemos dar una vuelta a nuestras clases. Tanto chatGPT como otras aplicaciones que están apareciendo en la red, son herramientas muy potentes que nos ayudan crear actividades más enriquecedoras para nuestros alumnos.
Esta semana me propuse investigar sobre la utilización de la herramienta chatGPT en las clases de Matemáticas. Así que fui hasta la web y empecé a preguntarle la respuesta de ejercicios, cada vez más complicados. Y sí, la inteligencia artificial lo hacía bastante bien. Daba respuestas correctas y, aunque su forma de expresarse no siempre era la mejor, explicaba muy bien como resolver cada uno de los ejercicios que le planteaba. Estaba claro que esta herramienta podía resolver ejercicios y problemas. Eso daba la razón a todos aquellos que argumentaban que esta herramienta era muy peligrosa en manos de los alumnos, pero solo en parte. Ya que era cierto que, a partir de ahora, si mandaba deberes a los alumnos en los que tenían que resolver ejercicios, podrían acudir a chatGPT y pedirle que los resuelva por ellos. Pero también está claro que, si yo me adelantaba a ellos, les explicaba como utilizar esta herramienta y debatía con ellos los pros y los contras de su utilización, todos saldríamos ganando.
Así que eso es lo que hice. Diseñé una sesión de clase en la que íbamos a seguir trabajando los contenidos que debíamos, pero ahora no íbamos a realizar los ejercicios que estaban programados. Había que ser más originales, así que les pedí que utilizaran chatGPT para crear sus propios problemas y ejercicios. Donde se hablara de los contenidos que teníamos que trabajar, pero también que tuvieran la temática que ellos desearan. Esta sería una oportunidad para acercar las Matemáticas a los estudiantes.
Por un lado, introduciríamos temas que a ellos les interesaran. En lugar de hablar de manzanas y de peras, ahora los problemas hablarían de la última canción de Rosalía o de los resultados de una carrera de Fernando Alonso en la Fórmula 1.
Por otra parte, al tener que crear ellos los problemas junto a la ayuda de chatGPT, la actividad se podría orientar para ellos tengan que valorar de forma crítica el problema presentado por la aplicación, analizar la resolución realizada y comprobar que ha utilizado adecuadamente los contenidos que queremos trabajar.
Y así lo hicimos. Cuando llegué a clase, expliqué a los alumnos en qué consistía la actividad y escucharon con mucha atención. Todos conocían chatGPT, algunos ya lo habían utilizado y, como era de esperar, algunos confesaron que ya lo habían utilizado para hacer los deberes, confirmando la necesidad de enseñarles a utilizarla para su beneficio.
Como siempre, cuando comenzamos a trabajar, comenzó la magia. Los alumnos empezaban a hablar con chatGPT para que creara problemas siguiendo las condiciones que yo les pedía y las que decían incluir ellos mismos. Así empezaban a ver la luz los primeros problemas y ellos empezaban a ilusionarse, ya que se sentían creadores. Habían pedido algo muy concreto y, de repente, un problema de Matemáticas creaba lo que ellos habían pedido.
Pero no solo eso, también leían las creaciones con mucha atención y las analizaban con detenimiento. Se preguntaban si chatGPT había sido correcto y había utilizado adecuadamente lo que le pedían. Así evaluaban de forma crítica y profundizaban en el contenido que querían que trabajáramos durante esa sesión.
No pasaron muchos minutos desde que empezamos la actividad y ya estaban solicitando mi atención. “¡David, mira!¡Aquí se ha equivocado! He revisado las operaciones y no sale lo mismo”, “¡David, este problema no tiene sentido!” o “¡David, mira mi problema! Este sí está bien, me ha quedado perfecto”.
Era ilusionante ver como creaban problemas, los analizaban, calculaban y comprobaban que los resultados de chatGPT coincidieran con los suyos. Estaban profundizando en los conocimientos, eran críticos con la aplicación y eran capaces de corregir los errores que aparecían, reescribiendo los problemas.
Además, para terminar la sesión, debatimos sobre la utilidad de chatGPT. Los alumnos hablaron de su utilidad para estudiar, una herramienta que les puede ayudar. Pero también eran conscientes que, si la utilizaban mal, aunque consiguieran hacer deberes o trabajos, no aprenderían nada, lo cual analizaban como algo negativo.
Como conclusión, el resultado de esta actividad fue mucho mejor de lo que planteaba inicialmente. Los alumnos no sólo llegaron a alcanzar los objetivos, además, llegaron más allá. Profundizaron en los contenidos, analizaron resultados de forma crítica, buscaron la relación de la materia con situaciones de la vida real. Es decir, que no puedo estar más orgulloso de mis alumnos y de lo bien que trabajaron con una herramienta que ha llegado para quedarse y que promete cambiar la educación en los próximos años.
El show de los números
Esta semana, el canal de YouTube alcanzó los 13.579 suscriptores. Una cifra por la que estoy muy agradecido, ya que nunca pensé que el canal alcanzara estos niveles. Pero este número también me trae a mi memoria otros muchos recuerdos, ya que estas cifras no me gustan nada, manías de estudiante y de matemático, de un niño que sufrió mucho cuando estudiaba y esto es algo que ya he hablado en más de una ocasión con mis alumn@s. Pongámonos en situación.
Las matemáticas siempre se me han dado bien, para mi eran muy sencillas, nunca había que estudiar y solo había que comprender lo que nuestros maestros nos enseñaban. Sin embargo, cuando tuve que aprender las tablas de multiplicar, las matemáticas se volvieron un auténtico monstruo. Por desgracia, en aquella corta edad, tuvimos que aprender esas tablas de forma memorística y eso, para mí, era un mundo. A estas tablas había que añadirle las eternas colecciones de ejercicios donde teníamos que multiplicar números y números sin parar. Una tarea que siempre teníamos que realizar en casa, así que no os podéis imaginar lo interminables que resultaban las tardes realizando los deberes.
Pero sorprendentemente, esta situación es la que realmente hizo que me gustaran las matemáticas. Tenía que conseguir aprender a multiplicar, pero también necesitaba que esta tarea no fuera tan horrible. Por eso, mi imaginación y la cantidad de tiempo que tenía que dedicar se unieron para hacer que la tarea y el aprendizaje fuera más entretenido. Convertí a los números en mis amigos imaginarios, todos ellos empezaron a tener personalidades muy diferentes.
1: Un número muy simple y muy tonto, se dejaba llevar por lo que decían los otros números. Pero era normal, cuando multiplicabas al 1 por cualquier otro número ya sabíamos cual era el resultado. Pobre uno, no tenía personalidad propia, dependía de los demás.
2: Un número muy noble. Una señorita muy educada, sí, dos es una chica. Siempre elegante y operar con ella es precioso. Con su personalidad feliz, se lleva a los números a su terreno, todos los resultados con dos son siempre pares, el reino de dos, ya que todo número par está liderado por dos.
3: Un número muy gamberro y hermano de dos, se lleva bien con todos los números. Pero también es muy raro y excéntrico. Encontrar los divisores de tres requiere que le sigas el juego. Le gusta la bronca, pero no tiene ninguna maldad. Tres tiene un problema, se deja llevar por siete, de quien ya hablaremos.
4: La gran protectora de dos. Que nadie le haga nada a dos, que cuatro siempre la protegerá y juntas cuentan con ayuda del bonachón ocho. A diferencia de dos, cuatro es muy firme y poco flexible, pero también muy bella y elegante, cuatro es una bailarina profesional, todas las operaciones en las que está cuatro, siempre saldrán perfectas. Además, si dos es la reina de los números pares, cuatro es su mano derecha y la mayor defensora de estos números. Por desgracia para cuatro, tiene un gran enemigo, siete. Nunca se pueden juntar y cuando lo hacen, aparecen dos y ocho para solucionar las cosas.
5: Si existe un James Bond de los números, ese es cinco. Un número elegante y que tiene todo controlado, ninguna operación sale mal si cinco está implicado. Su gran apoyo es cero, ambos números son grandes aliados y trabajan muy bien compenetrados. Además, cinco está enamorado de dos, una historia imposible, ya que cinco no pertenece al reino de los números pares. Sin embargo, gracias a cero, cinco se siente como en casa en este reino y dos deja que cinco esté cerca y visite su reino cuando lo desee.
6: Seis es como un padre para dos y tres, cuando estos dos números se juntan, siempre está pendiente para que se lleven bien, como buenos hermanos. Seis es el gran maestro de los números, aunque es par, seis tiene su corazón dividido entre los números pares y los impares. Si pudiera elegir, seis sería par e impar a la vez, pero no pudo elegir. Así que se dedicó a cuidar de todos los números, no está de acuerdo con el enfrentamiento que tienen los números pares con los impares. Seis es un gran mediador.
7: Cualquier gran película tiene un villano muy emblemático. Siete es la gran villana de los números y, sobre todo, de dos. Siete no puede soportar el liderazgo de dos con los números pares, odia que todos los números le sigan. Cuando siete aparece en una operación, nada sale bien y todo es un caos. Siete intenta parecerse a dos, pero no consigue llevarse a su terreno a los números. Ha intentado crear un reino de los números pares, donde ella sería la reina, pero todavía no lo ha conseguido, todavía no se ha dado cuenta que dos es una gran líder y está muy organizada. Siete es un caos.
8: Un gran número, todos le quieren, incluso siete. Es un número muy fuerte y cuando dos y cuatro le piden ayuda, ocho siempre está ahí para ayudarlas. Ocho no tiene maldad y siempre quiere que todo salga bien. Es el único número que consigue frenar a siete.
9: El hermano mayor de tres, tan gamberro como él. Les gusta tanto el jaleo que, si nueve y tres se juntan, van a conseguir enfrentar a dos y a siete. Igual que tres, nueve es muy excéntrico y tiene muchas manías, tanto que su tabla de multiplicar es una auténtica obra de ingeniería y orden, pero siempre a su manera. Es un gran seguidor de seis y todo lo que sabe es gracias él.
0: Cero siempre está escondido y no le gusta que nada cambie. Todos los números respetan a cero y nunca le molestan, si cero dice algo, todos saben que hay que respetarle. Cero es el anciano de los números, está lleno de sabiduría y todos saben que no hay que molestarle, si cero se enfada, todos los números pagarán las consecuencias y acabarán dándole la razón. Pero si esto es así es porque cero siempre tiene la razón. Cuando cero está presente, todo será fácil.
Y os preguntaréis a que viene todo esto, por qué 13.579 suscriptores llevan a este show de los números. Pues muy sencillo, que todos los números tuvieran personalidades me ayudaban a crear historias cuando estaba multiplicando. El show empezaba cuando tenía que multiplicar 45.422 con 345 ¿qué ocurriría cuando se empezaban a relacionar los números? Esto hacía que esas tardes eternas fueran más entretenidas, los números tenían mucho que decir, les pasaban muchas cosas. Cada multiplicación se convertía en una serie de televisión: números enfrentados, traiciones, riñas, risas, había de todo. Además, todas estas historias me han seguido durante toda mi vida y han hecho que coja mucho cariño a los números y a las matemáticas. Los números son unos personajes adorables.
Pero con el paso de los años, y mirando hacia atrás me daba cuenta de una cosa. Esa personalidad que di a los números fue un recurso de mi yo niño para conseguir aprender y disfrutar de lo que aprendía. Eso siempre me ha hecho meditar cómo debe ser un profesor de matemáticas. No todos los niñ@s tienen los mismos recursos y las matemáticas pueden llegar a ser una pesadilla para ell@s. Por eso, como profesionales de la educación, debemos esforzarnos para ayudar a nuestr@s alumn@s. Tenemos que trabajar para que ell@s vean que las matemáticas son tan sencillas como lo vemos nosotr@s. Nuestra labor no es enseñar contenidos a los estudiantes, si hacemos nuestro trabajo bien, ell@s disfrutarán tanto de la asignatura. Las matemáticas son nuestra pasión y eso es algo que debemos transmitirles. Así que docentes, pensemos en nuestr@s alumn@s, convirtamos las matemáticas en un show que disfruten cada día que entremos en clase.
ni un paso atrás
Aula LGTB surgió como respuesta a una situación de acoso sufrida por una de mis alumnas. Sentía tanta rabia cuando me estaba contando lo que había sucedido que debía actuar, no sólo aplicando el plan de convivencia del centro, sino también tenía que luchar para que una situación así no volviera a pasar. Así que durante meses estuve buscando información, formándome para crear un proyecto que ayudara un poco a que l@s estudiantes del colectivo se sintieran más protegidos dentro de una asignatura como Matemáticas.
Seguro que Aula LGTB se puede mejorar y todavía me queda mucho trabajo por hacer. Desde que se publicó el proyecto, gracias a todo lo que ha pasado durante estos meses cada día estoy más animado para seguir compartiendo material LGTB para Matemáticas.
Gracias a este proyecto ha conocido realidades que no conocía. Estudiantes y mensajes de alumnos que me llegan todas las semanas por redes sociales dándome las gracias por crear ese material, contándome la realidad en la que viven, sintiéndose rechazados por sus familias o con miedo a hablar su orientación. He tenido que leer que una chica no puede decir a sus padres que es lesbiana porque si lo hace la echarían de casa, un chico enviarme un audio contándome que en clase no se puede vestir como a él le gustaría porque sus compañer@s le pegarían una paliza o dos chicos que no se pueden dar la mano e ir juntos en su centro educativo porque en su pueblo nadie sabe que son gais y allí hay gente muy peligrosa. Historias que me hacen darme cuenta que crear aulas inclusivas es hoy más necesario que nunca.
Además, durante estos meses, y gracias a todo el apoyo de la gente que he conocido en redes sociales y asociaciones, he podido participar en eventos y encuentros donde he compartido el proyecto Aula LGTB, el trabajo realizado hasta este punto, los objetivos marcados y las metas conseguidas. También he podido compartir experiencias con personas muy interesantes y con mucha experiencia dentro del activismo LGTB. Estoy inmensamente agradecido a todas las personas con las que he compartido momentos durante todo este tiempo ya que, gracias a ellos, he podido formarme en aspectos sobre educación transversal en la que mis conocimientos eran más limitados.
Pero de la misma manera que os cuento todas las experiencias vividas que han resultado muy positivas, también tengo que escribir sobre la otra cara de la moneda, la parte negativa. Desde que publico material LGTBI+ para la asignatura de Matemáticas, los mensajes de rechazo u odio llegan todas las semanas. Las redes sociales permiten que las personas te escriban desde el anonimato y te envíen cualquier tipo de contenido sin ningún filtro. He llegado a recibir mensajes que me acusan de pertenecer a la extrema izquierda, acusaciones en las que dicen que intento absorber el cerebro de l@s alumn@s, vídeos con torturas, frases que ridiculizan el trabajo que estoy realizando o publicaciones en grupos donde intentar atacar indiscriminadamente y sin sentido todo lo que se está consiguiendo. Grupos donde hablan de valores y, sin embargo, utilizan el insulto y la falta de respeto para defender la discriminación o solo buscan borrar al colectivo LGTB, prefieren que volvamos a encerrarnos en el armario.
Una cosa tengo clara, estos ataques me los puedo echar a la espalda, ya estoy preparado para ello y en el momento que decidí compartir mi trabajo en redes sociales sabía que llegarían estos mensajes. Pero también tengo claro que el trabajo que estoy realizando en Aula LGTB o el activismo que se lleva a cabo desde diferentes asociaciones es ahora más necesario que nunca. No podemos permitir que las nuevas generaciones crezcan con los mismos mensajes de odio con los que nosotr@s tuvimos que convivir. Por eso, no tenemos que dar ni un paso atrás y tenemos que seguir luchando para que la educación transversal en cada una de las asignaturas del currículum educativo sea cada vez más importante y necesario. Por eso Aula LGTB seguirá creciendo y seguiré compartiendo material y contenidos LGTBI+ para la asignatura de Matemáticas.
FRASES MOTIVADORAS
Cuando llegas por la mañana y estás preparado para comenzar como cualquier otro día, pero la labor de un profesor siempre está abierta a imprevistos y cada mañana es una sorpresa tras otra. Muchos días, cuando entras en el aula y haces un barrido por todos los alumnos, observando las caras de los estudiantes, te das cuenta que la clase no va a seguir la programación que tenías preparada.
Si realmente te importan tus alumnos, sabes que no puedes entrar en la clase y limitarte a avanzar contenidos o centrarte en la asignatura. Los estudiantes, tus estudiantes, son personas y a veces no están preparados para seguir dando materia. Un examen que ha salido mal, cinco clases en las que no han parado, un mal día en casa, cualquier cosa les hace sentir que están agotados y sienten que deben tirar la toalla o que no son capaces de superar los objetivos marcados para este curso.
Esta semana he entrado en clase y me he encontrado con alumnos que no podían más y no quiero ni pensar como estarían si nada más entrar hubiera continuado explicando como si nada. Sin embargo, ya que siempre tengo que preparar mi material para que podamos empezar a trabajar, he optado por preguntarles cómo están, cómo va su día y cuando lo haces te das cuenta que es algo que necesitan: parar y sentirse escuchados.
Hasta tal punto es algo necesario que en varios cursos me han pedido empezar la clase con una de mis “frases motivadoras”. Así hemos pasado a llamar a esos cinco minutos en los que nos preparamos para comenzar, colocamos nuestro material y, lo más importante, hablamos de lo especiales que son. Hablamos de lo difícil que puede parecer todo, de lo cuesta arriba que se está haciendo el día, pero también de lo importante que es darle la vuelta a la tortilla y pararse a mirar nuestro pasado para observar todo lo que han conseguido superar, que se sientan orgullosos de lo que ya han conseguido y que piensen que, si han conseguido superar todo eso, también conseguirán superar todos los retos que están viniendo y vendrán.
L@s chic@s no se dan cuenta de lo especiales que son y encima, yo tengo la suerte de trabajar con estudiantes que son grandes personas que se merecen conseguir llegar hasta el infinito y más allá. Por eso, cuando les dedicas cinco minutos y hablas con ellos para que se den cuenta que su día no es tan malo e intentas ayudarles para que sigan luchando, para que se sientan mejor consigo mismos, para que recuperen la confianza perdida, para sepan que son muy valiosos y especiales, entonces comprendes que el tiempo que les has compartido les ayuda para que nuestra clase sea más productiva y les ayuda a superar los retos que lleguen.
Como persona puedes estar roto por dentro, puedes estar sufriendo, tu día puede ser triste. Pero cuando entras en el aula te olvidas de todo y como docente buscas el lado positivo de la vida y haces que l@s chic@s vean que allí es donde tienen que estar, porque ell@s se merecen ser felices.
Esta ha sido una semana dura para tod@s. Alumn@s sol@s en el aula refugiados en un cubo de rubik, alumn@s que se acercan para contarte algo que es importante para ell@s, ojos rojos que nos dicen que hemos llorado y que algo malo ha pasado, ojeras que nos dicen que no hemos dormido o que la mañana está siendo eterna, suspiros interminables que intentan soltar la desesperación que invaden sus mentes. Qué difícil es ver que l@s chic@s se sienten así y aunque yo me pueda sentir como ellos, es necesario hacer un alto en el camino, compartir con ell@s ese momento, escuchar cual es ese gran problema que les amarga la vida y ayudarles a hacer borrón y cuenta nueva.
Ell@s son importantes. Se merecen que hagamos un pequeño alto en el camino y se lo hagamos ver. Porque ellos son especiales y únicos, se merecen que les dediquemos un momento. Me siento muy afortunado por tener alumn@s tan especiales, por poder verl@s crecer, por verl@s superarse, por la confianza que depositan en ti.
Hoy sentía que debía escribir lo importantes que son mis estudiantes para mi, de agradecerles que sean la luz en cada uno de mis días, de decirles que llenan mi corazón de momentos que se graban a fuego en mi. Que afortunado soy de que estéis ahí, de que seáis tan especiales. ¡¡¡Gracias por ser como sois!!!
RECORDANDO EL PASADO
CAPÍTULO 9: una nueva vida
Cuando tienes claro cuales son tus metas, éstas acaban llegando. Después de prepararme para ser profesor de Matemáticas, llegó el día en que por fin pude hacerme cargo de mis propias clases.
En mi primer curso tuve la fortuna de trabajar con alumnos de 1º y 3º de E.S.O. y la presión de tener que sacar adelante los grupos de 1º y 2º de Bachillerato. Estaba tan emocionado cuando conocí los cursos con los que iba a compartir los próximos meses que no podía esperar, tenía que empezar a preparar mis programaciones y las primeras sesiones de clase.
La dirección del centro me comunicó mi horario dos días antes de la primera jornada de clases. Mi primera clase sería en 1º de Bachillerato, en la modalidad de Ciencias. Me quedé parado unos instantes, mi primera clase sería en uno de los cursos que por aquel entonces me parecía más difícil y también de los más exigentes como profesor. Este curso era la primera parte de la preparación para las pruebas de acceso a la universidad, no podía decepcionar a estos alumnos que todavía no conocía.
Durante esos dos días preparé a fondo cada una de las clases. Sin embargo, sentía que debía de diseñar esa primera sesión con todo detalle. Era el comienzo de una nueva vida, no podía fallar en el primer día, en la primera hora. Fueron dos días en los que miraba una y otra vez el libro de texto, revisaba los objetivos, realizaba los ejercicios e intentaba predecir cuáles serían las dudas de los estudiantes. No quería dejar nada al azar, quería ser profesional, los estudiantes amarían u odiarían la asignatura en función de lo que yo hiciera.
No pude dormir durante la noche previa al comienzo de las clases, no paraba de darle vueltas a las clases, así que el despertador sonó sin que durmiera nada. Pero eso no me importaba, estaba deseando dar mis primeras clases. Mientras me preparaba para ir al centro, los nervios empezaban a aumentar. Hasta ahora, cuando había dado clase en las prácticas, siempre había tenido a alguien que me estaba observando, que controlaba lo que pasaba en el aula, que me ayudaba a sentirme seguro. Pero ahora iba a estar solo, tendría que controlar un aula llena de estudiantes que apenas tenían unos pocos años menos que yo. No tenía que retroceder mucho en el tiempo para encontrarme en el mismo lugar en el que estarían mis alumnos.
Cuando salí de casa los nervios ya empezaban a ser incontrolables, mi cuerpo empezaba a revolverse. Yo podía controlarme, pero no lo conseguía, los pensamientos negativos daban vueltas en mi cabeza. Yo intentaba centrarme en el trabajo que había preparado, tenía que confiar en mi. Finalmente tuve que parar cuando apenas quedaban unos metros para llegar al centro. Paré en una alcantarilla y vomité.
En ese momento, me paré a pensar en lo que estaba pasando, no podía dejarme vencer por el miedo. Había luchado mucho para llegar hasta allí. Así que volví a emprender mi camino y ahora lo tenía más claro que nunca, iba a hacer que esa primera clase fuera el mejor comienzo.
Y así fue, el guión que preparé con todo lo que quería decir no fue necesario. Había preparado tanto la clase que me la sabía de memoria, los tiempos encajaban, las explicaciones salían bien, los problemas y ejercicios se pudieron explicar todos. Sin embargo, esa fue mi perspectiva, cuando llegó la hora del recreo un compañero se acercó para preguntarme qué tal habían ido las clases y compartió conmigo lo que habían dicho los chicos de 1º de Bachillerato sobre la clase. Para mi sorpresa, los alumnos no pudieron escuchar nada de lo que les dije ya que nuestra aula tenía ventanas que daban al patio del colegio. Durante esa hora de clase otro curso estaba en el patio, en la clase de Educación Física. Yo hablaba tan bajo, el ruido del patio era tanto que tapaba mi voz, así que los estudiantes no se pudieron enterar de nada.
Decepcionante. El primer día había metido la pata y el error era gravísimo. Preparando la clase se me había olvidado lo más importante, durante toda sesión no había escuchado a mis alumnos. Estaba tan nervioso y tan centrado en los objetivos de la sesión que se me olvidó que ellos eran los más importantes. Así que para la segunda sesión cambié mi forma de plantear la clase, ahora repetiríamos todo, pero trabajando de otra forma. Ahora me centraría en mis alumnos.
Lo mejor es que gracias a esta sesión me di cuenta de lo que era más importante y, a partir de ese momento, el primer objetivo de mis clases siempre sería el mismo: los estudiantes. Desde entonces, siempre que estoy preparando mis clases me pregunto cómo debo de trabajar para que mis alumnos mejoren en cada sesión. Siempre que estoy en aula, me centro en ellos, ya que ellos son el centro del trabajo de un profesor. En clase siempre fomento que mis alumnos participen, ya que el aula tiene que ser un espacio seguro para ellos. Por lo que esa primera sesión fue otra experiencia fundamental que me ayudó a ser el profesor que soy ahora.
Capítulo 8: La Primera Despedida
Las prácticas del máster avanzaban a todo ritmo, habituarse a la vida del centro no resultó complicado. Trabajar con grupos desde 1º de E.S.O. hasta 2º de Bachillerato era una experiencia inolvidable. Cada día en el centro traía nuevas sorpresas, cuando el tutor de las prácticas me pide que imparta mi primera clase en 2º de Bachillerato y subamos el nivel de las explicaciones, cuando una estudiante levanta la mano y el corazón se me acelera porque le sale espuma de la boca y luego resulta que solo se estaba comiendo el dichoso tipex, cuando el grupo de 1º de E.S.O. hace que dar clase se haga imposible porque acaban de llegar acelerados de Educación Física, cuando asistes a la primera tutoría con padres, cuando asistes a una reunión de departamento o cuando preparas la primera tutoría para un grupo de 3º de la E.S.O.
Cada uno de los momentos vividos en un centro educativo pueden parecer habituales o rutinarios, pero cuando los vives, descubres que todos ellos son especiales y te van uniendo poco a poco a los alumnos, a las familias a tus compañeros y a toda la comunidad educativa. Cuando una clase es complicada, vuelves a la sala de profesores compartiéndolo con tus compañeros y te hacen sentir mejor apoyándote y contándote situaciones que te ayudan. Cuando en clase tropiezas y lo que parece una situación humillante se convierte en un momento muy divertido cuando ves la cara de preocupación de los alumnos y te das cuenta que debes de animarlos a reírse. Cuando les dices a unos padres que su hijo está empeorando sus calificaciones y te cuentan que están desesperados y te piden ayuda. Todas son situaciones que tienen una parte humana y te hacen sentir que formas parte de un equipo que rema en la misma dirección para sacar adelante un proyecto muy ilusionante.
Así que cada uno de los días de las prácticas del Máster se convirtieron en días de trabajo ilusionante, una muestra de lo que llegaría porque ahí estaba el gran “pero” de esta formación. El final de las prácticas se acercaba y poco a poco me iba dando cuenta, ya que el trabajo empezaba a disminuir cuando ya no quedaban más sesiones que preparar, los exámenes se acababan, no había más fotocopias que hacer. El calendario avanzaba imparable y el momento de decir adiós a ese ecosistema que formaba la comunidad educativa.
La última semana de las prácticas empezaba y sentía que no quería que acabara, el trabajo se quedaba a medias, el libro estaba sin terminar, no había ayudado a los chicos lo suficiente y en esa semana no daría tiempo a cumplir todos los objetivos marcados para ese curso. Y con la última semana empezaron a llegar las últimas clases y las primeras despedidas, momentos más duros y complicados para los que nadie nos había preparado.
Cuando yo estudié, mis profesores eran entes superiores inalcanzables que tenía todo los conocimientos, fríos y lejanos. Teníamos suerte si conocían nuestro nombre, ya que ellos eran perfectos y nosotros estábamos en nuestros pupitres convertidos en esponjas que debían absorber hasta la última palabra que saliera por sus bocas. Sin embargo, nadie nos dijo que la educación había cambiado tanto, en el máster te preparan para impartir conocimientos de la forma más adecuada, pero nadie te dice que realizar esta tarea adecuadamente te acerca a tus alumnos. En esos momentos empezaba a entender a mi profesora de 1º de Educación Primaria, cuando curso tras curso continuaba con nosotros. Todos en el colegio nos conocían como los “Niños de Nena” y el último día de clase se convirtió en un drama cuando supimos que no podríamos volver a tenerla como profesora. Algo parecido sentía poco más de dos meses de prácticas, no eran seis cursos con ellos, pero en ese tiempo había podido conocer a cada uno de ellos y había tenido tiempo a sentir preocupación por ellos, sentía que debía seguir trabajando para ayudarles a superar el curso.
Esas últimas clases se convirtieron en momentos llenos de sorpresas cuando tanto ellos como yo tuvimos pequeños detalles que hicieran que esa amargura fuera algo más dulce. Durante esas clases pintaba una sonrisa en mi rostro para que el último recuerdo que tuvieran de mí no fuera triste, pero al salir de la clase respiraba profundamente para evitar expresar esa tristeza que realmente sentía, ya no cruzaría más esas puertas y les encontraría en sus pupitres, me di cuenta que les echaría de menos. Al terminar las prácticas me daba cuenta que hasta ahora había estado saboreando un caramelo que ahora me quitaban sin posibilidad de volver a recuperarlo.
El camino a casa después de la última jornada de prácticas y de las despedidas fue eterno. Pero también me dio tiempo para pensar y reflexionar. Sí, estaba triste, no volvería a ver a esos alumnos, pero en mis manos estaba volver a las aulas, ya estaba seguro, ser profesor era mi vocación e iba a luchar por conseguir ese objetivo. Ahora estaba más decidido que nunca, iba a esforzarme al máximo para llegar a ser profesor, pero no solo eso, iba a trabajar para conseguir ser el profesor que mis alumnos necesitan.
Y para conseguir ese objetivo no tuve que esperar mucho, ya que a los pocos meses de terminar las prácticas pude volver a dar clase, seguir disfrutando de la enseñanza y, por desgracia, seguir sintiéndome triste cada vez que tenía que decir adiós a los alumnos.
capítulo 7: el primer examen
Cuando estás aprendiendo cómo enseñar la asignatura de las Matemáticas uno de las partes más importantes es la evaluación de los conocimientos y destrezas que han adquirido tus estudiantes. Durante las prácticas de Máster todavía no se hablaba de las competencias y la evaluación era más limitada. Aunque durante las prácticas tuve la oportunidad de evaluar los alumnos con diferentes actividades, si quería adquirir experiencia no podía esquivar una de las más conocidas y temidas por los estudiantes: el examen.
Para mi sorpresa, realizar el primer el examen volvió a cambiar mi percepción de la actividad docente. Hasta ese momento, mi visión de un examen era desde la perspectiva de un estudiante, ya que meses atrás había realizado mis últimos exámenes como alumno del Máster. Sin embargo, ahora era el profesor y realizar el examen era algo completamente diferente.
Todavía recuerdo aquella tarde días antes de la fecha que había acordado con mis alumnos para realizar esa prueba escrita. Me senté frente al ordenador, preparé todo el material de consulta que tenía a mi disposición para buscar las preguntas que más se ajustaran a la evaluación que tenía que realizar según la programación que ya había elaborado.
Cuando comencé a buscar la primera pregunta del examen me di cuenta que no era tan sencillo como yo pensaba. Según iba leyendo preguntas, ya sabía que iba a pasar cuando mis alumnos la realizaran. “Seguro que se olvidan del paréntesis en este paso”, “aquí van a tener problemas con la jerarquía de las operaciones” o “hicimos una pregunta muy parecida a esta en clase y esta la van a bordar” eran pensamientos que pasaban por mi cabeza.
Era sorprendente como ya conocía a mis alumnos gracias a todo el trabajo que habíamos realizado durante esas semanas y sentía que dependiendo de las preguntas que yo escogiera podría conseguir los resultados que yo quisiera. Así que durante el trabajo de escritura del examen y elección de las preguntas intenté borrar esos pensamientos y me limité a cumplir los criterios marcados por la programación. Recuerdo que cuando terminé de escribir el examen no me sentía muy bien, tenía la sensación de que sabía que iba a pasar. Así que lo siguiente que hice fue coger la lista de alumnos y escribir una por una la calificación que iban a obtener en la prueba. Cuando terminé guardé ese papel y decidí olvidarlo hasta que los exámenes estuvieran corregidos.
Llegó el día del examen y momento de empezar la prueba. Como era de esperar, cuando estaba por el pasillo de la clase ya oía a los chicos gritar “¡ya viene, ya viene!” y sonaba el ruido de las sillas mientras se preparaban. Al entrar en el aula veía lo nerviosos que estaban y me sentía identificado con ellos, ya que yo estaba en su misma situación unos meses atrás. Así que decidí no demorarme mucho y comenzamos con la prueba. Les di las indicaciones necesarias para que pudieran realizar la prueba y les recordé la importancia de ser honrados a la hora de responder cada una de las preguntas. En cuanto terminé, el silencio se hizo dueño del aula y los bolígrafos empezaron a moverse.
Mientras los chicos realizaban el examen, me sentía de lo más extraño, era la clase más tranquila de todas las que había tenido hasta el momento, pero también la más incómoda. Mientras pasaba al lado de los chicos iba observando que habían escrito y también veía los errores, sentía que todo se empezaba a torcer. Tenía que tener mucha paciencia ya que no podía ayudarles, eso no tenía que ocurrir en esta sesión, habría que hacerlo en las siguientes. Así que durante toda la sesión pude comprobar lo complicado que es realizar un examen también para el profesor.
Al finalizar, mientras recogía todas las pruebas, empezaba a escuchar sus comentarios y también podía ver sus caras. Algunas de ellas parecían confirmarme algunas calificaciones, tanto las positivas como las negativas. Pero lo peor estaba por llegar: corregir.
Creo que esa fue la peor tarde de las prácticas. En todas ellas siempre había tenido trabajo de preparación de las próximas sesiones o corregir ejercicios. Sin embargo, evaluar mediante un examen fue lo peor del trabajo. Recuerdo terminar y sentirme como un mercenario, hasta el punto de llegar a pensar que esa no era la profesión que yo quería. No iba a ser capaz de repetir esa experiencia. A pesar de que los resultados eran bastante buenos, no eran lo suficientemente buenos para mi. Cuando los comparé con aquella lista donde puse las calificaciones que esperaba, estaban casi calcadas. Así que me sentía mal conmigo mismo, sentía que si hubiera puesto otras preguntas habría conseguido unos resultados todavía mejores, pero sin embargo no habría cumplido la programación.
Cuando le di los exámenes a mi tutor de prácticas para que los revisará, hablamos de estos sentimientos y me dijo que ya se le había olvidado, pero me explicó como el también los sentía cuando empezó en la profesión y que con el tiempo fueron desapareciendo. No era algo que me consolara, pero por los menos me hacía sentir que no estaba solo y fue el impulso que me hacía falta para continuar adelante.
Al día siguiente me devolvió los exámenes, me dijo que no me había encontrado ningún error y que mis calificaciones coincidían con lo que esperaba, así que me felicitó por el trabajo realizado. Estoy convencido que se daba cuenta que no me sentía bien desde que realizamos el examen y estaba intentando ayudarme a sobrellevarlo.
Ya han pasado muchos años de aquel examen, ya he realizado muchos otros exámenes y esos sentimientos ya no son tan fuertes como aquella vez, sin embargo, siguen ahí. Cuando escribo un examen sigo teniendo que luchar contra la programación y lo que conozco de mis alumnos, por eso en cada sesión que realizamos sigo trabajando con ellos para que esos errores desaparezcan. Y después de tantos años sigo buscando la fórmula mágica que permita no realizar pruebas escritas y tener en cuenta todos los aspectos de la evaluación.
capítulo 6: echando al profesor de clase
En las prácticas del Máster de Profesor de Educación Secundaria hubo muchos momentos divertidos tanto con los alumnos como con mi tutor de prácticas.
Una de las situaciones más divertidas ocurrió a la semana de empezar a impartir clases en 3º de E.S.O., ya que los chicos se comportaban extraordinariamente bien en cada una de las sesiones. Cada vez que terminaba una de las clases, mi tutor y yo comentábamos lo atentos que habían estado, centrados, participando en todas las actividades y sin ser necesaria ninguna llamada de atención.
Esto preocupaba, en parte, a mi tutor. Ya que, aunque valoraba muy positivamente la actitud de los chicos, observaba que impartir las clases me empezaba a resultar demasiado sencillo, lo cual no era bueno ya que uno de los objetivos de las prácticas era que aprendiera a desenvolverme en el aula, teniendo que vivir el día a día de un centro educativo.
Estaba claro que los alumnos estaban siendo muy exquisitos y yo no estaba desarrollando recursos que me ayudaran a resolver situaciones complicadas o incluso de conflicto. Mi tutor creía que era el mejor momento para que estas situaciones ocurrieran, ya que así tendría la ayuda de alguien con una gran experiencia.
Así que en uno de nuestros descansos en los que charlábamos sobre las clases, la enseñanza y preparábamos las siguientes sesiones nos pusimos de acuerdo. Los chicos estaban trabajando muy bien e íbamos avanzados con respecto a nuestra programación. Los chicos se merecían una sesión diferente y menos cargada de contenidos. Por lo que preparamos una clase práctica en la que fuéramos resolviendo problemas del tema que habíamos estado trabajando.
En esta sesión yo seguiría con el mismo rol de profesor que había estado realizando hasta el momento. Sin embargo, mi tutor no se limitaría a observar o ayudar cuando fuera necesario. En esta ocasión, se convertiría en un alumno rebelde, es decir, se sentaría en el final de clase y empezaría a hablar con los chicos, empezaría a enredarles para que ellos también empezaran a revolverse y la clase fuera más movida. Esto no era algo habitual, pero era algo que queríamos probar para ver la reacción de los chicos y la mía cuando la clase se fuera alborotando.
Empezó la clase y, como siempre, informé a los chicos de los objetivos y las actividades que realizaríamos. Después de resolver algunas dudas de los chicos y trabajar los deberes de la sesión anterior, comenzamos a resolver nuevos problemas con los que repasar. Mi tutor empezó a interaccionar con los chicos sin que ellos se dieran cuenta de lo que estaba haciendo. Les pedía una goma, un folio, les preguntaba cuál era el ejercicio que teníamos que hacer o empezaba a incordiarles. Así comenzó a generarse algo de ruido en la clase, por lo que tuve que empezar a dar los primeros avisos pidiendo que guardaran el silencio, a lo que los chicos reaccionaron bien.
Sin embargo, mi tutor decidió ser más rebelde y poner a prueba mi paciencia, incordiando a los chicos cuando yo no estaba atento. El jaleo empezó a aumentar en la clase y yo empezaba a notar que la clase se descontrolaba, las llamadas de atención no eran suficientes, sobre todo para mi tutor. Tenía que reaccionar, la clase me empezaba a recordar a las mismas que había vivido como estudiante de secundaria y no podía permitir que la situación fuera a más. Ahora era realmente cuando iba a descubrir si realmente podía solucionar una pequeña situación de conflicto.
Empecé a sentir como me cabreaba que mi tutor no me hiciera caso y estaba claro que él era el epicentro del conflicto. Así que decidí poner punto final a la situación. Paré la clase con evidente tono de enfado y me dirigí directamente a mi tutor como si de un alumno se tratara. “¿Qué está pasando? ¿Crees que es la forma de comportarse en clase? Estás molestando a tus compañeros y a mi también. No podemos seguir así”. Le expliqué que su comportamiento era intolerable, le pregunté que si había algún motivo para ello. También le expliqué que así no conseguiría aprender lo que estaba explicando, le pedí que me explicara qué era lo que le sucedía y que si necesitaba que habláramos sobre si le sucedía algo.
En ese momento se hizo el silencio en la clase. Aunque no había sido necesario que levantara el tono, los chicos vieron que no me hacía gracia lo que estaba pasando y lo que más le sorprendió es que llamara la atención al que hasta ahora había sido su profesor, que yo lo tratara como si fuera un estudiante más. Creo que en ese momento se dieron cuenta que yo era el profesor y que mi tutor era solo un alumno. Mi tutor también se dio cuenta de ello, siguió interpretando el papel de alumno y me dijo que no estaba haciendo nada.
Todavía tengo grabadas las caras de los chicos, sus expresiones de sorpresa a la respuesta de mi tutor eran evidentes. También recuerdo la mirada de mi tutor de desafío y me costaba aguantar la risa, ya que en el fondo sabía que esto era una especie de teatro que habíamos preparado, así que tenía que seguir pareciendo enfadado y tomar medidas ante su actitud. En ese momento, lo único que se me ocurrió fue invitar a mi tutor a salir de la clase a meditar sobre lo que había pasado, ya que su actitud no estaba siendo la adecuada.
Así que mi tutor se levantó y se marchó del aula. Yo veía como los chicos alucinaban y murmuraban mientras se dirigía hasta la salida. “Ha echado al profesor de clase” los oía decir. Cuando mi tutor ya estaba en el pasillo, hablé con los chicos y les expliqué que ese no era el comportamiento en clase y ellos me empezaron a contar que no les dejaba en paz, así que decidimos continuar unos minutos más con la clase.
Pasado ese tiempo, les dije a los chicos que iba a hablar con mi tutor para comprobar si ya había meditado sobre lo que había hecho, les dejé un par de ejercicios y salí de la clase. Lo primero que pensaba era que mi tutor estaría cabreadísimo porque le había echado de clase, pero mi sorpresa era que estaba completamente de acuerdo conmigo. Estaba esperándome, me dijo que había estado muy bien, no había perdido las formas en ningún momento y había mantenido el respeto. Comentamos como habían reaccionado los chicos y decidimos poner fin a la situación explicando a los chicos lo que habíamos hecho.
Cuando entramos y les contamos todos, todos se empezaron a reír y a comentar lo que pensaban, como lo habían vivido. Fue una situación que terminó siendo divertida para todos, generó lazos entre nosotros y ellos, nos permitió conocerlos y también generar una complicidad entre mi tutor y yo que nunca olvidaré.
Esta clase la guardo en un lugar muy especial en mi memoria. No habría ocurrido sin haber tenido a un tutor en mis prácticas tan especial que me ayudó a desarrollar mis destrezas como profesor y me ayudó a amar esta profesión. No puedo estar más agradecido por todo lo que me ayudó, me enseñó y compartió conmigo. Desde luego, es el que ha conseguido que yo sea el profesor que soy ahora.
CApítulo 5: descubriendo la realidad
Durante el Máster para ser profesor de Matemáticas coseché muchos recuerdos, casi todos buenos e inolvidables. Gran parte de esos momentos ocurriendo durante las prácticas. Dos meses que me definieron como profesor, donde pude conocerme mejor a mi mismo y donde descubrí que esta era mi profesión.
En este periodo del Máster tuve la suerte de contar con dos guías irremplazables, dos auténticos maestros de la profesión. Primero estaba mi tutor de práctica, que me ayudaba a sacar lo mejor de mi mismo, retandome a no estar conforme y animándome para que mis prácticas me ayudaran a entender lo que realmente es ser profesor.
Pero de quien realmente guardo un gran recuerdo es de mi tutor de práctica del instituto. Desde el primer día me permitió formar parte de la vida del centro sin ninguna duda, compartía su experiencia y conseguía que estuviera integrado en el aula. Aunque la primera parte de las prácticas solo era para observar, me animó a ayudar a los chicos cuando era posible, convirtiéndonos en un equipo muy bien sincronizado a los pocos días de empezar mis prácticas. Esta experiencia me ayudaba a entender mejor a los alumnos, averiguar cuáles eran sus dificultades y también estar más cerca de ellos.
Recuerdo a una niña de 1º de E.S.O. muy especial, siempre venía sin material y sin ganas de estudiar. Ella lo decía muy claro, no quería estudiar. Hablando con ella me lo dijo ¿para qué iba a estudiar si el próximo curso ya no estaría en el instituto? Me narraba cual era su situación y en el fondo le tenía que dar la razón, su situación personal la iba a apartar de los estudios, yo no podía hacer nada para cambiarlo y mostrarle cómo se realizan operaciones con fracciones no cambiaría nada.
Pero no había alternativa, mi trabajo en ese momento era enseñar Matemáticas y tenía que hacerle ver que, a pesar de su situación, las fracciones eran muy importantes para su vida. Así que una mañana saqué lo mejor de mí y busqué la forma de explicarles las fracciones.
Ese día me desperté con las ideas muy claras, tenía que conseguir que esa niña saliera de la clase convencida de que tenía que seguir estudiando. Recuerdo el camino de casa al centro con total claridad, no paraba de darle vueltas a la cabeza intentando averiguar lo que pasaría en la clase, intentando buscar alternativas a todo lo que fuera a pasar en esa hora. Llegué al centro y me encontré con mi tutor, le conté cuales eran mis planes y, como siempre, me animó a conseguir los objetivos marcados, además me recordó que él estaba allí.
Llegamos a la clase y allí estaban todos los chicos, incluida ella. La situación de esa aula era un poco especial, ya que en ese centro tenían un programa por el cual, los alumnos que necesitaban de un apoyo en algunas de las asignaturas no salían del aula, se quedaban allí con el profesor de apoyo. De esta manera, mientras el profesor explicaba la asignatura, el otro docente le ayudaba en el aula, centrando su labor en aquellos alumnos que más lo necesitaban.
Precisamente esos días, el profesor de apoyo estaba de baja y mi tutor me había ofrecido convertirme en el profesor de apoyo, así que desde el primer día pude ayudarle en aquello que necesitaba. En esta ocasión tenía que trabajar con esta chica para que viera lo importante que era aprender a realizar operaciones con fracciones.
Cuando me acerqué a ella me lo dejó muy claro, no había traído material para poder trabajar, tampoco el libro, así que aquí empezó la lucha. Saqué mi propio material y se lo di a ella, diciéndole que no pasaba nada, que siempre hay alguna solución, como todo en Matemáticas.
Tenía claro que no podía empezar a explicarle fracciones como si nada, ella no lo iba a admitir. Así que empecé a hablar con ella, le pregunté sobre su futuro, sus objetivos. Ella me dijo que cuando fuera mayor quería ser peluquera y quería abrir su propia peluquería, así que eché de ingenio y busqué situaciones donde las fracciones podían utilizarse en una peluquería.
Me inventé una historia, empezamos a hablar de esa peluquería que ella iba a abrir, hablamos de sus clientas, del material que iba utilizar, del trabajo que iba a realizar y de sus trabajadoras, porque ella tenía bien claro que sería una peluquería solo para mujeres. Y poco a poco fui llevando la historia a mi terreno, empecé a realizar dibujos en el papel y los acompañé poco a poco de números.
Hablábamos de la cantidad de tinte que teníamos que utilizar con una clienta, para cuantas clientas nos valdría cada uno de los envases, de cuánto costaría comprar el material y los precios que tendríamos que poner para ser competitivos. Empezamos a realizar las primeras cuentas y empezaron a aparecer las fracciones.
En eso momento me sentía la persona más feliz del mundo, estaba consiguiendo que ella aprendiera. La miraba y veía su cara, completamente concentrada en la peluquería que iba a abrir. La historia había cambiado de narrador, ahora era ella la que tenía las ideas y yo iba guiándola con los números que se me iban ocurriendo, de tal forma que trabajamos los contenidos del tema sin que ella se diera cuenta, sin ningún libro de texto.
El tiempo pasó volando y el final de la clase llegó más rápido de lo que esperábamos. Cuando el timbré sonó, le dejé tanto las hojas que escribimos como el boli que utilizamos, con la condición de que volviera a trabajar el próximo día.
Cuando nos fuimos del aula, mi tutor me preguntó qué habíamos estado haciendo, ella había estado concentrada sin protestar en ningún momento, algo que no era habitual. Así que estuvimos compartiendo nuestras impresiones sobre la sesión.
Esta sesión fue muy motivadora, había conseguido mi objetivo, habíamos aprendido fracciones. Había conseguido que, por un momento, las matemáticas fueran importantes en su vida. Estaba muy motivado, en los próximos días tenía que seguir trabajando con ella y tenía que marcarme nuevos objetivos.
Y como os decía al principio, este es uno de mis recuerdos más bonitos. Durante las siguientes semanas, mi profesor y yo nos coordinamos para conseguir que nuestra alumna no bajara su interés, alternamos nuestros roles, un día trabajaría como el profesor de apoyo y otro día como el profesor de la clase. Compartimos aula, trabajo, impresiones y objetivos.
Sin embargo, la parte triste de esta historia fue saber que no pudimos ayudar a nuestra alumna más allá del aula. El siguiente curso no continuó con sus estudios, ya que la situación familiar no se lo permitía. Así que siempre tendré esa pequeña herida, ya que nunca sabré si el trabajo que realizamos la ayudó en su futuro.
Ahora, cada vez que paso por una peluquería, siempre miro en el interior con la esperanza de ver a aquella alumna que no quería aprender que eran las fracciones.
Capítulo 4: la primera clase
Cuando estudias el Máster para ser profesor tienes la sensación de que se ha activado una cuenta atrás que no puedes parar, que cada vez avanza más rápido y que te lleva a un momento crucial en tu carrera: tu primera clase.
En cada una de las clases del Máster te preparan para dar clase, estudias formas de impartir tu asignatura, estudias diferentes situaciones y te empiezas a definir como profesor. Te preguntas constantemente cómo aplicarías una metodología en tus clases, cómo explicarías un contenido, si utilizarías algunas herramientas o cómo serán tus alumnos. ¿Seré capaz de controlar un aula? ¿me harán la vida imposible? ¿conseguiré sacar lo mejor de mis estudiantes? Y la peor de todas ¿alguna vez no tendré respuesta para alguna de sus preguntas?
Así que durante los meses previos a las prácticas empiezas a imaginarte cómo serán tus clases. Anotas todas las ideas que se te ocurren y comienzas a crear los primeros guiones. Quieres hacerlo lo mejor posible, tienes que conseguir alcanzar los objetivos, quieres que tus alumnos se conviertan en presidentes del gobierno, que viajen a marte, que encuentren curas a enfermedades incurables o, en general, que sean felices y sean grandes personas.
Y la cuenta atrás acaba llegando a su fin. Los compañeros del Máster llegamos nerviosos ese día a la Universidad, ya sabíamos que nos iban a comunicar el centro donde tendríamos que realizar nuestras prácticas. Subimos a clase y esperamos pacientemente a que el coordinador de nuestra especialidad viniera.
Como siempre, nuestro coordinador fue muy puntual. Estábamos tan inquietos que daba la impresión de que se acercaba a cámara lenta. Cuando llegó a nuestra altura bromeó con nosotros, estaba claro que veía nuestros nervios y quería que nos relajáramos. Cuando pasamos al aula y nos sentamos en nuestros sitios, nuestro coordinador empieza a hablarnos de las prácticas que vamos a empezar, del calendario en nuestras próximas semanas.
Fue recorriendo el listado de clase y nos fue informando uno a uno de cual sería nuestro centro de prácticas y quien sería nuestro tutor durante las prácticas. Cuando por fin pude conocer el centro, lo primero que hice fue buscar información, empecé a preguntar a mis compañeros y empecé a estar deseoso por contactar con mi tutor. En cuanto llegué a casa, le escribí un mail.
No tuve que esperar mucho para la respuesta ya que llegó esa misma noche. Mi tutor me invitaba a visitar el centro esa misma semana para que pudiéramos conocernos y empezar a organizar el trabajo de los dos meses de prácticas. Y así fue, dos días después nos vimos en la cafetería del centro. En la reunión hablamos de las características del centro, los grupos a los que daría clase, los contenidos del temario y las ideas que teníamos para las prácticas. Recuerdo lo nervioso que llegué al centro y lo contento que estaba cuando salí. Domingo, mi tutor, con una sola reunión fue capaz de hacer que mis nervios desaparecieran, darme confianza y hacerme sentir seguro.
Y así fue durante todas las prácticas. Mi tutor me hizo formar parte de la vida del centro desde el primer día. Casi desde el primer día pude participar en clase ayudándole en todo lo que era posible. Trabajando con los alumnos que más lo necesitaban, dando pequeñas explicaciones, evaluando cada una de las sesiones. Compartía toda su experiencia generosamente y nos convirtió en un equipo. Yo no podía estar más agradecido, estaba trabajando con un profesor al que le apasionaba su trabajo.
Y llegó el día que me tocó impartir una clase. Fue en 3º de E.S.O., teníamos que empezar el tema de funciones. Domingo y yo decidimos que aprovecharíamos este tema para utilizar la pizarra digital con este grupo, queríamos cambiar la metodología y comprobar cuales serían los resultados. Esto me ayudaría a realizar la investigación de mi TFM.
Recuerdo no dormir la noche previa, estar más nervioso que nunca. Preparé un guion completo con todo lo que tenía que explicar, cada uno de los ejercicios que íbamos a realizar y llenarlo de observaciones para no dejar nada al azar. Quería estar completamente seguro de lo que iba a hacer.
Subimos a clase y, antes de entrar, Domingo me dio los últimos ánimos y pasamos dentro. Los chicos estaban algo alterados, los habíamos llevado al aula de la pizarra digital y sabían que íbamos a hacer algo diferente. Preparamos la pizarra, repartimos las fotocopias de la sesión y preparé todo el material que necesitaba. Durante toda la sesión los chicos estuvieron muy atentos y también participaron mucho, algo que me sorprendió muchísimo, no esperaba que tuvieran tantas ganas de participar.
Recuerdo estar toda la sesión con el guion en la mano, pero también recuerdo que no lo miré en ningún momento. Había practicado tanto que no era necesario. Conseguí respetar los tiempos y realizar todas las explicaciones que estaban programadas. Cuando la sesión terminó los alumnos se fueron muy contentos, la experiencia había salido bien.
Sin embargo, mi percepción personal no era la misma. Nunca había estado frente a un grupo de alumnos. Lo primero que me di cuenta durante la clase es que cuando estás frente a ellos, sus caras, sus gestos, sus miradas, su lenguaje corporal es muy visible. Al estar trabajando con la pizarra digital, podía estar orientado hacia ellos y verlos reaccionar. Sus caras en cada explicación te dejaban verlos por dentro, me ayudaban a saber si me estaban entendiendo. Pero también me generaban un sentimiento de frustración, tenía que dar los contenidos, respetar los tiempos, cumplir los objetivos y, sin embargo, no podía atenderlos de forma individual durante toda la sesión. Había que repartir el tiempo para cada uno de ellos y para todos. La sensación de que no estaba explicándome empezaba a crecer en mi interior, me sentía frustrado.
Durante la clase, preguntaba constantemente si me entendían y, aunque ellos me respondían que sí, yo sentía que no era así. Sentía que debía hacerlo mejor, que no lo estaba explicándome como debía. Esta sensación me acompañó durante muchas clases, pero con el tiempo entendí que haber sufrido esta frustración me ayudó a ser más exigente conmigo mismo y aprender a leer el lenguaje no hablado de mis estudiantes.
Con el tiempo aprendí a ver cuando un alumno me está entendiendo y cuando no, así aprendí a escuchar a mis alumnos sin que hablaran. También aprendí a ver cuando un alumno no te pregunta por miedo o por vergüenza y a tener recursos para que superen esas barreras. Comprendí que una de las cosas más importantes es que tus alumnos tienen que confiar en ti. Así que ese sería el eje de mis clases, la confianza era fundamental. Para explicar Matemáticas tienes que dominar los contenidos, preparar las clases, ser organizado, pero también respetar a tus alumnos y mostrarles que pueden confiar en ti.
Capítulo 3: Psicología de la educación
Mucha gente piensa que el trabajo de un profesor o maestro solo consiste en llegar a clase, contar la lección y nada más. Pero esas personas están completamente equivocadas y mientras te estás formando para serlo descubres todo lo que está detrás de esta profesión que considero tan bonita.
Si en las primeras clases del Máster descubrí que el aprendizaje iba a ser diferente, en las siguientes sesiones aprendería una de las lecciones más importantes: “Hay que escuchar al alumno”.
Una de las primeras sesiones de la asignatura de Psicología quedó grabada a fuego en mi memoria. Ahora, cada vez que entro en una de mis clases, tengo siempre presente lo que aprendí ese día y, sobre todo, me siento muy afortunado por haber asistido a aquellas clases de Rodrigo, quien me enseñó lo importante que es la psicología en educación.
Ese día, Rodrigo entró en el aula y, como en la mayoría de sus clases, nos expuso un caso práctico. En esta ocasión era muy sencillo, simplemente nos preguntó cuál sería nuestra respuesta y nuestra reacción cuando uno de nuestros alumnos se acercara para hablar con nosotros y nos dijera que es gay.
La verdad que no parecía una situación complicada, pero también me chocó. Yo había crecido en un sistema educativo donde teníamos gran respeto por nuestros profesores y los veíamos como grandes conocedores de su asignatura. Solo hablábamos con ellos de sus asignaturas, nunca nos planteamos contarles nuestra vida personal. Así que respondimos a Rodrigo con otra pregunta ¿de verdad va a acercarse un alumno a decirnos que es gay? Y nos respondió con un rotundo sí y aclarando que esa situación la viviríamos antes de lo que pensáramos.
Después de ese choque inicial, empezamos a buscar respuestas para nuestro alumno. Todos estábamos de acuerdo, teníamos que explicarle que era algo natural, que no pasaba nada. Aunque Rodrigo nos dijo que nuestras respuestas estaban bien, nos dijo que no eran suficientes que no iban por buen camino, debíamos de buscar la respuesta que nuestro alumno necesitaba.
Así que tuvimos que buscar una respuesta mejor, visualizar a nuestro alumno y meternos en la situación. Nuestro alumno nos necesitaba y contaba con nosotros para que le ayudaramos. Así que teníamos que dar lo mejor de nosotros. Y la respuesta era más sencilla de lo que pensábamos.
Después de meditarla detenidamente, levanté la mano y le dije a Rodrigo que tal vez deberíamos averiguar la razón por la que nuestro alumno nos confesaba su homosexualidad, ya que todos estábamos suponiendo que la raíz del problema era esa y tal vez había un problema oculto que el alumno no nos estaba confesando. Tal vez algún compañero se estaba metiendo con él o puede que sus padres no le aceptaran. Algo estaba ocurriendo a nuestro alumno para que le hiciera sentirse mal consigo mismo y le hiciera pensar que ser gay era un problema.
Rodrigo nos dijo que eso era lo que debíamos hacer, escuchar a nuestros alumnos, preguntarles. Con nuestras respuestas anteriores estábamos suponiendo cuál era el problema y eso es un error. Lo más importante es que el alumno hable y te cuente su historia para que puedas localizar el auténtico problema y poder ayudarle.
Esta respuesta me pareció que era la base ser profesor ya que podría extrapolarse a la asignatura. ¿Qué pasa si estas explicando un contenido de Matemáticas y un alumno te dice que no te entiende? Cuando dominas la asignatura, a veces cometes el error de suponer cual es la duda del alumno y directamente das una respuesta. Pero desde esa clase me di cuenta de una cosa, cuando un alumno me diga que no me entiende, lo primero que debo averiguar es dónde está la duda, debo preguntarle.
Así que esta clase fue una de las que más me marcó como profesor. Si quieres ayudar a tus alumnos, tienes que escucharlos. Y lo más importante de todo, Rodrigo tenía razón, no pasó ni un año desde que comencé a trabajar como profesor y uno de mis alumnos se acercó para hablar conmigo y contarme que era gay. Y aunque hayan pasado unos cuantos años de ese momento, no le olvidaré jamás, ni a él ni a ninguno de mis alumnos. Son tantas cosas las que los profesores aprendemos de ellos.
Capítulo 2: comenzando un nuevo camino
Cuando estudias una carrera como Matemáticas, tienes que estudiar asignaturas como Álgebra Conmutativa, Análisis Matemático, Geometría Diferencial Local o Análisis de Datos Multivariantes. Asignaturas que pueden llegar a ser muy exigentes y el nivel de abstracción puede ser muy alto. Sin embargo, cuando accedes al Máster para ser profesor de Educación de Secundaria te encuentras con asignaturas como Diseño Curricular, Atención a la Diversidad, Psicología o Sociología. Asignaturas que nada tiene que ver con lo estudiado en la carrera, incluso la dinámica o la forma de trabajar en cada una de ellas no tiene nada que ver.
Desde el primer día del Máster, cuando nos convocan para la presentación en el salón de actos, te das cuenta que los estudios ya no van a ser lo mismo, que el nivel de exigencia no va a bajar, pero va a ser diferente. Vas a estar obligado a salir de tu escritorio, seguro y confortable, y vas a tener que salir de tus cuatro paredes para investigar de una forma diferente. Vas a tener que subir a la tarima desde el primer día. Las clases ya no serán magistrales y levantarte del pupitre será lo habitual en cada una de las sesiones.
Recuerdo como si fuera ayer la primera clase de Orientación Educativa, donde nuestra profesora lo primero que hizo fue sacar una bolsa y nos pidió que fuéramos sacando un pequeño papel cada uno, donde encontraríamos un nombre conocido. También nos pidió que no reveláramos ese nombre y que lo primero que teníamos que hacer era comportamos como ese personaje para encontrar a nuestra pareja.
Una auténtica sorpresa para empezar, de poco servía haber preparado todo el material para tomar apuntes, había que soltar los bolígrafos encima de la mesa, el folio debía permanecer en blanco y teníamos que abandonar nuestros asientos para empezar para empezar a actuar con la única finalidad de encontrar a otro compañero que también estaba actuando.
Cuando saqué mi papel, lo leí con expectación, solo había dos palabras: “Angelina Jolie”. Me entraron sudores fríos, los nervios empezaron a crecer. Esto no podía ser serio, después de cinco años estudiando Matemáticas, me encontraba en una clase donde debía comportarme de forma extraña para encontrar a mi Brad Pitt.
Mi primera reacción fue de rechazo ¿cómo iba a hacer eso? Una clase de 40 personas analizando como me movía, mirándome de arriba abajo, a mi, que me gustaba pasar desapercibido, ser uno más. Pero no me quedaba otra, el resto de compañeros se empezaba a mover, así que respiré hondo y empecé con mi actuación, tenía que ser una actriz oscarizada y sentirme tan poderoso al pasear por la clase como ella al pisar una alfombra roja.
Encontré a mi Brad Pitt, o ella me encontró a mi, ya que era una compañera que no conocía, como prácticamente toda la clase. Y cuando todos estábamos emparejados, nuestra profesora empezó a explicarnos el por qué de esa dinámica. La finalidad era que nos pusiéramos en el papel de nuestros alumnos que acaban de llegar a un grupo nuevo. Haciendo que se suelten y obligándoles a relacionarse los unos con los otros, empezamos a crear lazos entre ellos y les ayudamos a conocerse.
Esta pequeña explicación me empezó a abrir los ojos, ya que en el aula no tenía que enseñar sólo Matemáticas, también tenía que ayudar a mis alumnos en otros ámbitos para los que yo no estaba preparado. Estas primeras sesiones me abrieron los ojos, ser profesor era algo más para lo que no estaba preparado y fue en ese momento cuando descubrí que el Máster era más necesario de lo que yo pensaba.
Ahora, cada vez que pienso en esos primeros días del Máster de Profesor de Secundaria, que tuve la suerte de realizar en la Universidad de Salamanca, me doy cuenta de lo que me marcaron cada una de las clases. Ya que sin esas dinámicas no habría llegado a transformarme en el profesor soy ahora. No puedo estar más agradecido a la USAL y a los profesores de Máster por todo lo que nos enseñaron durante el curso.
Capítulo 1: ELIGIENDO EL CAMINO CORRECTO
El día que consigues terminar tus estudios universitarios pasan por tu cabeza muchas sensaciones y sentimientos. Alivio porque por fin sientes que tu vida está avanzando, incertidumbre porque no sabes lo que va a ocurrir a partir de ahora y miedo por el nuevo camino que vas a empezar.
Cuando terminé mis estudios en Matemáticas y Estadística lo tenía claro, yo quería ser profesor y para ello tenía que realizar el Máster para Profesores de Secundaria. Así que me lancé a ello. Aunque las plazas fueran limitadas y las exigencias en las acreditaciones en los idiomas pudieran ahuyentar a muchos. Para que la situación fuera más interesante, encontré un trabajo que era incompatible con los estudios que quería comenzar.
En cuanto la Universidad publicó la primera convocatoria para acreditar los conocimientos en inglés no lo dudé ni un momento, me iba a presentar a esa prueba y la iba a superar. Y así fue y también fui admitido en el Máster, el sueño de ser profesor empezaba a estar más cerca, ya veía algo de luz al final del túnel.
Pero aquí llegó el primer dilema, la primera bifurcación en el camino. Mi trabajo era incompatible con el Máster, los horarios se superponían y la asistencia a las clases era obligatoria. ¿Qué hacer? ¿Continuar con un trabajo con muy buenas perspectivas de futuro pero que se alejaba de mi sueño? ¿o comenzar los nuevos estudios y no saber si algún día conseguiría ser profesor? ¿Y si realmente no me gustaba ser profesor? ¿Y si la empresa me despedía algún día?
Así iba pasando el verano, semana tras semana intentando decidir. Hasta que me lancé. Tenía claro que quería realizar el Máster y que era una oportunidad que no debía dejar escapar. Lo siguiente que debía hacer era hablar con mis jefes. Y así fue, les dije que quería seguir estudiando, que quería perseguir mi sueño, que estaba muy contento en el trabajo pero que no podía compatibilizarlo.
Mi sorpresa llegó con su respuesta, aunque me animaban a perseguir mi sueño, no querían que me fuera, así que me dieron una alternativa. En mi trabajo había varios tipos de jornadas de trabajo. Por un lado, estábamos los trabajadores de oficina que estábamos en nuestro puesto de trabajo mañana y tarde. Y también estaban los llamados trabajadores de fábrica, que trabajaban por turnos de mañana, tarde o noche. Así que mis jefes me ofrecieron continuar en mi puesto de trabajo, pero con un nuevo horario sólo de mañana. De esta manera podría trabajar por las mañanas y estudiar por las tardes.
Fueron tan convincentes que no pude negarme y, aunque era una locura, tenía que intentarlo. Mi agenda al finalizar el verano iba a ser una locura. Madrugar para ir a trabajar, salir del trabajo, comer rápidamente para poder llegar a las clases a primera hora de la tarde, llegar a casa para cenar, sacar algo de tiempo para estudiar, a dormir y vuelta a empezar.
Y así fue, esta fue mi rutina desde la última semana de septiembre. Pero para mi sorpresa estos meses no fueron agotadores. Ese curso guardaba muchas sorpresas, ese curso me definiría como profesor.
Prólogo
Cuando decidí ser profesor de Matemáticas nada me hacía presagiar que iba a vivir todas las experiencias que he vivido hasta ahora. Ya con mi primer curso en el mundo de la enseñanza tenía claro que había que contar al mundo algunos de los momentos más divertidos, las anécdotas más extrañas, las situaciones más rocambolescas o las historias más tristes que surgían en el día a día de un docente.
Ser matemático era algo que tenía claro casi desde que supe que existía la licenciatura, pero ser docente es algo que fui descubriendo con el tiempo, asistiendo a clases de matemáticas y estudiando con mis compañeros. Mientras yo entendía sin dificultad las clases de mis profesores veía como para mis amigos se convertían auténticas pesadillas. ¿Para qué quiero aprender a calcular raíces cuadradas? ¿Por qué los problemas de los exámenes son más difíciles que lo que hemos estudiado? Preguntas que cualquier estudiante se hace y que le lleva a la frustración en una asignatura que a prácticamente todo el mundo le parece muy difícil.
Mis horas de estudio de Matemáticas no las pasaba en casa, encerrado en mi habitación. Todas ellas fueron en la biblioteca junto a mis compañeros. Pero si soy sincero, no las usaba para estudiar. Me pasaba el rato ayudándoles a entender lo que nuestro profesor nos había explicado en las últimas clases o para preparar ese examen de Matemáticas que teníamos la próxima semana.
Así es como mi pasión por las Matemáticas me hizo ver que realmente lo que me gustaba era enseñar, mostrar que las Matemáticas eran tan sencillas como yo las veía en mi cabeza. Sentía que debía de compartir ese don que había recibido. Debía transmitir mi pasión por las Matemáticas, tenía que conseguir que los demás vieran que las Matemáticas eran la asignatura más fácil.
Era tan gratificante ver como mis compañeros, mis amigos o mi familia aprendía y superaba sus dificultades. Su expresión de alegría cuando aprobaban un examen (ahora tendríamos que llamarlo prueba escrita) era tan contagiosa que me dejaba claro cuál era el camino que debía seguir en mi vida: ser profesor de Matemáticas. La decisión estaba clara, había que licenciarse en Matemáticas y realizar el Máster de Profesor de Secundaria para conseguirlo.
BASADO EN HECHOS REALES
Esta sección está inspirada en hechos reales. Los sucesos y personajes retratados en esta sección son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia.