Cuando el aula trasciende las paredes: una lección de valentía y orgullo

Hoy quiero compartir algo que me ocurrió este curso y que hasta ahora había preferido guardar para mí. Es una historia que refleja tanto los desafíos que enfrentamos como docentes visibles del colectivo LGTBI+ como las increíbles lecciones que a veces aprendemos de nuestr@s estudiantes.

En mi instituto, para llegar a algunas aulas tengo que atravesar el patio. Todo parecía normal hasta que, un día, al cruzarlo, escuché gritos provenientes de las ventanas del baño de alumnos. “¡Maricón!”, gritaron varias veces. Aunque me dolió, decidí seguir adelante como si nada hubiera pasado. Eran alumnos a los que no les daba clase y, para evitar conflictos, opté por no reportarlo ni informarlo a dirección. Pensé que sería algo aislado, algo que pasaría desapercibido.

Sin embargo, los gritos se repitieron en días posteriores. Y uno de esos días, justo en un cambio de clase, coincidieron con mi paso por el patio y con un grupo de estudiantes de 1º de ESO a los que sí imparto clase. Aunque escuché claramente los insultos, seguí caminando con la cabeza alta, intentando no dar importancia al incidente. No quería hacer de aquello un espectáculo ni poner a nadie en una situación incómoda.

Pero la verdadera sorpresa llegó al día siguiente. Mi directora vino a buscarme, visiblemente preocupada, y me preguntó directamente si había ocurrido algo. Al principio me sorprendió su tono, hasta que me explicó lo sucedido: un grupo de mis alumn@s había ido a hablar con ella para expresarle su indignación. Habían presenciado los insultos del día anterior y no estaban dispuestos a quedarse callad@s. Le dijeron que no iban a tolerar que se me insultara de esa forma, y mucho menos por mi orientación sexual. Insistieron en que la dirección del centro debía tomar medidas.

No puedo describir lo que sentí en ese momento. Me quedé completamente helado, no solo por el gesto en sí, sino porque jamás imaginé que mis alumn@s hubieran sido tan conscientes de lo que estaba ocurriendo. Mucho menos que decidieran actuar de forma tan contundente y valiente. Sin duda, fue uno de esos momentos en los que el aula trasciende las paredes y te recuerda por qué haces lo que haces cada día.

Después de la conversación con la directora, le expliqué lo que había estado pasando. Pero antes de cualquier otra cosa, sentí la necesidad de hablar con mi clase. Les agradecí personalmente su apoyo y valentía. Les expliqué cuánto significaba para mí saber que no solo habían identificado una injusticia, sino que habían decidido enfrentarse a ella sin dudar.

Fue un momento profundamente emocional. Miré a mis alumn@s y vi en ell@s la semilla de todo lo que intentamos sembrar como docentes: la empatía, el respeto y la lucha por los derechos de tod@s. Ver cómo ell@s tomaron las riendas para defender lo que es justo me hizo sentir una mezcla de orgullo y gratitud que todavía me cuesta describir.

Este episodio no solo me reafirmó en la importancia de ser un profesor visible, sino que también me recordó por qué la educación en diversidad es tan crucial. Porque educar no es solo transmitir conocimientos; es formar a personas que se preocupen por los demás, que no toleren la injusticia y que sepan levantar la voz ante cualquier forma de discriminación.

Hoy puedo decir, sin temor a equivocarme, que no podría estar más orgulloso de mis alumn@s. Tampoco de mi centro, donde he sentido el respaldo de mis directoras y mis compañer@s en cada paso de este proceso. Este incidente, que podría haber sido una experiencia amarga, se convirtió en una de las mayores lecciones de mi vida.

Ser profesor LGTBI+ visible no es fácil. Pero cuando ves cómo tus estudiantes se convierten en defensores de la diversidad, te das cuenta de que vale la pena cada reto, cada batalla y cada momento de duda. Gracias, chic@s, por recordarme que siempre habrá personas dispuestas a luchar por un mundo más justo.