capítulo 1: El desafío de seguir tu vocación

El día en que finalmente completas tus estudios universitarios, una avalancha de emociones te embarga. Sientes alivio, porque finalmente sientes que tu vida está avanzando y has alcanzado un hito importante. Pero también hay incertidumbre, ya que el futuro es una hoja en blanco que te desafía con preguntas sobre lo que vendrá después. Y no podemos dejar de mencionar el miedo, ese temor natural a enfrentar un nuevo camino, desconocido y lleno de desafíos.

Yo también experimenté esa amalgama de sensaciones cuando terminé mi carrera en Matemáticas y Estadística, y al igual que tú, tenía claro que mi destino era ser profesor. Para lograrlo, sabía que debía emprender el Máster para Profesores de Secundaria. Aunque el camino no era fácil, con plazas limitadas y la necesidad de acreditar mis conocimientos en idiomas, me mantuve decidido a perseguir mi sueño. Sin embargo, un nuevo desafío se presentó ante mí: mi trabajo actual resultaba incompatible con los horarios del Máster, y la asistencia a las clases era obligatoria.

Durante el verano, semana tras semana, me debatí entre continuar con un trabajo con grandes perspectivas de futuro pero que alejaba mi sueño de ser profesor, o adentrarme en nuevos estudios sin la certeza de si algún día lograría alcanzar mi objetivo. ¿Y si descubría que no me gustaba ser profesor? ¿Y si la empresa me despedía en algún momento? Las dudas y temores me acechaban, pero también sabía que el Máster era una oportunidad que no podía desperdiciar.

Finalmente, me decidí a hablar con mis jefes y expresarles mis deseos de continuar mis estudios. Fue una conversación que me llenó de sorpresa, ya que, aunque me animaron a perseguir mi sueño, también expresaron su deseo de que me quedara. Me ofrecieron una alternativa: seguir en mi puesto de trabajo, pero con un nuevo horario que solo ocuparía las mañanas. De esta manera, podría trabajar por las mañanas y dedicar las tardes a estudiar.

Fue una oferta tentadora, y a pesar de lo desafiante que parecía, no pude negarme a considerarla. Mis jefes fueron tan persuasivos que acepté, decidido a enfrentar esta nueva aventura. A partir de la última semana de septiembre, mi agenda se llenó de desafíos y compromisos, pero también de pasión y dedicación. Madrugaba para ir al trabajo, luego asistía a las clases por las tardes, y aún encontraba tiempo para estudiar y cumplir con mis responsabilidades cotidianas.

Estos meses agitados no resultaron ser agotadores como imaginaba, sino que estuvieron llenos de sorpresas y aprendizajes. Ese curso académico fue más que un simple trámite, se convirtió en el capítulo definitorio que me llevó a abrazar mi vocación como profesor. Descubrí que mi sueño no solo radicaba en transmitir conocimientos matemáticos, sino también en ayudar a mis alumnos a desarrollar habilidades sociales, emocionales y cognitivas. La educación es un proceso integral, y mi experiencia laboral y académica se fusionaron para definir mi enfoque docente.

Ahora, al reflexionar sobre ese intenso año, me siento profundamente agradecido por todas las sorpresas que me aguardaron. Mis jefes, quienes comprendieron mi deseo de crecer como profesional, me brindaron el apoyo necesario para seguir mi pasión. Cada desafío y cada sacrificio valieron la pena, porque, en el proceso, me convertí en el profesor que hoy soy, lleno de pasión, empatía y compromiso para guiar a mis alumnos en su desarrollo académico y personal.

Mi corazón se llena de gratitud hacia la Universidad, los profesores y mis compañeros de Máster, quienes contribuyeron a forjar mi camino. No solo adquirí conocimientos pedagógicos, sino que también descubrí la importancia de la escucha activa, la empatía y el acompañamiento en la educación. Estoy convencido de que mi rol como profesor va más allá de ser un transmisor de información; también soy un guía, un apoyo y un referente para mis estudiantes.

Así, con cada experiencia, me sigo preparando para enfrentar nuevos desafíos en mi carrera docente. La satisfacción de ver a mis alumnos crecer y desarrollarse es mi mayor recompensa, y cada día siento que mi vocación se fortalece aún más. El camino hacia la enseñanza puede presentar obstáculos, pero enfrentarlos con valentía y pasión es lo que nos define como educadores comprometidos con el futuro de nuestros estudiantes.