capítulo 5: Matemáticas y sueños
Durante mi Máster para ser profesor de Matemáticas, atesoro muchos recuerdos, la mayoría de ellos buenos e inolvidables, y gran parte de estas experiencias se dieron durante las prácticas. Fueron dos meses que marcaron un antes y un después en mi desarrollo como docente, pues en ese periodo pude conocerme mejor a mí mismo y descubrir que la enseñanza era mi verdadera vocación.
En este viaje de aprendizaje, tuve la inmensa suerte de contar con dos guías excepcionales, auténticos maestros de la profesión. En primer lugar, mi tutor de práctica en la universidad, quien me desafió constantemente a superarme, animándome a cuestionar mi propia práctica y adentrarme en la verdadera esencia de ser profesor.
Pero uno de los recuerdos más gratificantes y emotivos que atesoro proviene de mi tutor de práctica en el instituto. Desde el primer día, él me acogió en su aula y me permitió ser parte activa de la vida del centro sin ninguna reserva. Compartió conmigo su invaluable experiencia y me alentó a integrarme plenamente en la dinámica de la clase. Aunque inicialmente solo debía observar, pronto me animó a participar y colaborar con los alumnos, lo que nos convirtió en un equipo perfectamente sincronizado en cuestión de días. Gracias a esta cercanía, pude comprender mejor a los estudiantes, identificar sus dificultades y estar más cerca de sus emociones y necesidades.
Entre aquellos estudiantes, hubo una niña de 1º de E.S.O. muy especial que llamó mi atención desde el primer momento. Siempre llegaba sin material y con una evidente falta de interés por estudiar. De manera franca, me confesó que no veía razón para esforzarse en aprender, pues al siguiente curso ya no estaría en ese instituto. Sus circunstancias personales la alejaban de los estudios, y aunque me resultaba comprensible, sabía que no podía quedarme de brazos cruzados.
Mi cometido como profesor era enseñar Matemáticas, y para lograrlo, debía hacerle ver la relevancia de comprender las fracciones, incluso en su futuro como peluquera, su anhelo profesional. Con determinación, planifiqué una estrategia para conectar el mundo de las fracciones con su pasión por la peluquería.
El día que llevé a cabo esta iniciativa, me levanté con las ideas claras y la convicción de que lograría que esa niña saliera de la clase convencida de que el conocimiento de las fracciones era relevante para su vida. En el camino al instituto, repasé una y otra vez mis planes, buscando alternativas y formas creativas de conectar las fracciones con su futura peluquería. Al encontrarme con mi tutor, compartí mis planes, y él me brindó su apoyo incondicional y recordó que estaría a mi lado en todo momento.
La clase comenzó, y frente a mí estaban todos los chicos, incluida ella. La atmósfera en el aula era única, ya que el centro contaba con un programa de apoyo en el que los alumnos que lo necesitaban permanecían en clase con un profesor de apoyo, mientras el profesor principal impartía la asignatura. En esta ocasión, asumí el papel de profesor de apoyo y trabajé estrechamente con esa niña tan especial.
Ella ya había anticipado que no traería material, pero esto no fue un obstáculo. Con el corazón en la mano, compartí mi material y le aseguré que siempre había soluciones en Matemáticas. Sin abordar directamente las fracciones, empecé a hablar con ella sobre su futuro como peluquera, su sueño de abrir su propia peluquería y atender exclusivamente a mujeres.
Inmersos en una narrativa que empezó con sus aspiraciones profesionales, poco a poco fui incorporando situaciones donde las fracciones se presentaban en el contexto de una peluquería. Juntos, ideamos el funcionamiento de su futuro negocio y cuánto material necesitaría para satisfacer la demanda de sus clientas. Hablamos sobre la cantidad de tinte requerido para un servicio y cómo calcular los precios para ser competitiva.
Los dibujos y números se entrelazaron, y la clase se convirtió en una experiencia única y emocionante. Mientras ella estaba completamente inmersa en la peluquería que algún día sería suya, discretamente, abordamos las fracciones. Fue gratificante ver cómo la atención y la concentración llenaban su rostro. Aquella clase se convirtió en un encuentro de almas, donde el aprendizaje trascendió las barreras de las matemáticas y se arraigó en el corazón de una niña que soñaba con un futuro brillante.
Al finalizar la clase, el timbre sonó y la realidad volvió a llamar a nuestra puerta. Con una sonrisa, le dejé las hojas con nuestras ideas escritas y el bolígrafo que habíamos utilizado, con el acuerdo de que continuaríamos trabajando juntos al día siguiente.
En ese momento, no podía evitar sentirme lleno de gratitud y dicha. Había alcanzado mi objetivo: ella había aprendido fracciones y, por un instante, las matemáticas habían cobrado un significado especial en su vida. Fue un logro que me inspiró y motivó aún más. Los siguientes días, mi tutor y yo nos coordinamos para seguir trabajando con ella, compartiendo roles de profesor y apoyo, y colaborando en el camino hacia su aprendizaje.
Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos y la conexión que habíamos establecido, la triste realidad golpeó nuestros corazones. Al término del curso, nuestra querida alumna no pudo continuar con sus estudios debido a sus circunstancias familiares. Aquella pequeña herida en mi corazón permanece hasta hoy, pues nunca sabré si nuestro trabajo y dedicación la habrían llevado por un camino diferente.
A pesar de ello, cada vez que paso por una peluquería, inevitablemente miro hacia el interior, esperanzado de que esa niña tan especial haya cumplido su sueño y, tal vez, recuerde nuestras clases y cómo las matemáticas se unieron a su pasión por la peluquería. Así, esta experiencia se ha convertido en una lección atesorada, una muestra de cómo la enseñanza puede trascender más allá de las aulas y tocar el corazón de los estudiantes, dejando una huella imborrable en sus vidas y en la del docente.