Hoy he tenido el honor de inaugurar, en calidad de Vicepresidente de la Federación Estatal LGTBI+, las jornadas "Nuevas tendencias en delitos de odio”. Un espacio necesario para el encuentro, el análisis riguroso y, sobre todo, para la acción colectiva. Frente a quienes alimentan el odio, nosotros construimos respuestas. Y lo hacemos desde la evidencia, el compromiso y la colaboración entre entidades, instituciones y sociedad civil.
No exageramos cuando decimos que el odio hacia las personas LGTBI+ se ha intensificado. Es más visible, más organizado y, lo que es más preocupante, más impune. La encuesta “Estado LGTBI+ 2024” lo confirma con cifras que deberían alarmar a cualquiera: más de 350.000 personas LGTBI+ han sido agredidas físicamente o sexualmente desde 2019, y más de un millón han sufrido discriminación. Son datos, sí, pero detrás de ellos hay historias de sufrimiento, de miedo, de silencios forzados.
Y eso es solo la punta del iceberg. Porque lo que no se denuncia, también existe. Lo que no se tipifica, también duele. El comentario en clase, el desprecio en la consulta médica, la amenaza en redes, la burla constante en los medios. Todo eso va dejando huella. Y esas huellas se acumulan hasta construir muros que impiden a muchas personas vivir con libertad.
Desde la Federación llevamos años insistiendo: no podemos seguir actuando solo a golpe de condena pública cada vez que hay una agresión. Necesitamos estructuras permanentes. Necesitamos prevención, protección y respuesta. Por eso, desde hace meses trabajamos para impulsar un Pacto de Estado contra los discursos de odio hacia los grupos vulnerables. Un compromiso institucional que no se limite al papel, sino que se traduzca en políticas públicas sostenidas, en formación obligatoria, en atención real a las víctimas, en coordinación efectiva entre ministerios, comunidades y ayuntamientos.
Durante la jornada de hoy, hemos contado con voces expertas y valientes que han analizado los delitos de odio desde múltiples enfoques. En la primera mesa, compartimos reflexiones con Ángeles Blanco, María Jesús Raimundo y Javier Fernández, con un enfoque jurídico y europeo imprescindible para entender el contexto actual. En la segunda mesa, nos adentramos en el impacto de las campañas de desinformación con la experiencia de Daniel Valero, Beatriz Marín y Noemí López Trujillo, moderados por Anna Biosca. La tercera mesa nos ofreció una mirada diversa sobre herramientas para revertir la LGTBIfobia, con aportaciones de Juan Manuel Hueso, Rebeca Paz y Mario Comesaña, en un espacio moderado por Jesús González Amago. El periodista Pablo León, desde su experiencia como corresponsal LGTBIQ+ en El País, cerró las jornadas con una reflexión comprometida y profunda. A todas las personas participantes, gracias por compartir su conocimiento, por sostener el debate con rigor y sensibilidad, y por recordarnos que hay muchas formas de combatir el odio, pero ninguna admite la indiferencia.
No se trata de proteger “al colectivo LGTBI+”. Se trata de proteger la democracia. Porque cuando se ataca a una parte de la sociedad por ser quien es, se vulnera un principio básico de convivencia: el respeto. Y si permitimos que el odio se normalice, que se institucionalice, que se convierta en arma política, el problema ya no es solo del colectivo afectado. Es un problema de país.
Durante estas jornadas, volvimos a escuchar testimonios, datos, análisis jurídicos y propuestas. Y ojalá no fueran necesarias. Pero lo son. Porque el odio no ha desaparecido: ha mutado, ha aprendido a disfrazarse y a encontrar altavoces. Y por eso, hoy más que nunca, debemos estar organizados, firmes y unidas.
Gracias a todas las personas que han hecho posible este espacio. Gracias a quienes luchan desde sus aulas, desde sus despachos, desde sus barrios o desde sus redes. Nos quieren con miedo. Pero respondemos con propuestas. Y eso, en sí mismo, ya es una victoria.