La importancia de la visibilidad y los espacios seguros

Esta semana he vivido momentos que no olvidaré. Han sido días de emociones intensas, recuerdos inesperados y lecciones profundas. Todo comenzó con los mensajes de varios antiguos alumnos. Después de años sin coincidir en las aulas de ellos, se tomaron el tiempo para escribirme y compartirme algo muy personal: sus historias. Algunos me contaron cómo, durante su paso por el instituto, vivieron en silencio su orientación o identidad. No se sentían preparados para ser visibles, temían las reacciones y optaron por la discreción como forma de supervivencia.

Sin embargo, también me hablaron de algo que me emocionó profundamente. En mis clases encontraron un pequeño oasis, un espacio seguro en el que podían ser ellos mismos, aunque fuera por unas horas. Sentían que, al menos en ese rincón del instituto, no estaban solos. Me agradecieron que hablara de diversidad, que visibilizara al colectivo LGTBI+ y que, de alguna manera, les hiciera saber que no tenían nada de qué avergonzarse. Para ellos, esas conversaciones eran mucho más que palabras; eran un faro que les daba fuerzas para seguir adelante.

Lo que más me conmovió fue cómo esas historias, que yo desconocía en su momento, tuvieron un impacto tan profundo en sus vidas. Algo tan sencillo como hablar de diversidad, normalizar las realidades LGTBI+ o incluir problemas matemáticos que reflejan esa diversidad, tuvo un efecto que yo no había imaginado.

Por si esto no fuera suficiente, esta semana recibí una carta de una alumna actual. Es difícil describir lo que sentí mientras la leía. Me agradecía el tiempo que dedicamos en clase a hablar de diversidad y la manera en que incluyo al colectivo en los materiales que trabajamos. En su carta, me contó que, desde que llegué a su aula, ha notado un cambio entre sus compañeros. Antes, algunos utilizaban insultos contra personas del colectivo, algo que hacía que los alumnos LGTBI+ se sintieran incómodos y, muchas veces, escondieran quiénes eran. Pero ahora, me decía, esos insultos han desaparecido. Me explicaba que ella y otros compañeros ya no sienten la necesidad de ocultarse, que han encontrado en el aula un espacio seguro donde ser ellos mismos, donde pueden respirar.

Al terminar de leer esa carta, me di cuenta de algo que a veces damos por sentado: nuestras acciones como profesores pueden transformar vidas. Ser un profesor visible y hablar abiertamente sobre diversidad no es solo una decisión personal; es una responsabilidad. Porque cada vez que visibilizamos, normalizamos. Y cada vez que normalizamos, ayudamos a construir espacios seguros para quienes más lo necesitan.

Desgraciadamente, no todo el mundo lo entiende. Aún hay sectores de nuestra sociedad que no ven la discriminación que persiste hacia el colectivo LGTBI+ en las aulas. Algunos prefieren pensar que nuestras escuelas son espacios neutrales, ajenos a la violencia que sufren muchos alumnos. Pero no es así. La discriminación sigue siendo una realidad. Y hasta que no trabajemos todos juntos por erradicarla, las aulas no serán el lugar seguro que deberían ser para cada estudiante.

El trabajo que hacemos en clase tiene un impacto más allá de lo académico. No solo enseñamos matemáticas, historia o literatura; enseñamos respeto, empatía y valores. Hablando de diversidad, creando espacios inclusivos y asegurándonos de que todos nuestros alumnos se sientan vistos, les ayudamos a construir un mundo mejor. Porque la educación no solo transforma mentes; también transforma corazones.

Hoy, más que nunca, me siento orgulloso de ser visible. Orgulloso de ser profesor, de poder ofrecer a mis alumnos un espacio seguro, de contribuir a que nuestras aulas sean un reflejo del respeto y la igualdad que queremos ver en el mundo. Y orgulloso, sobre todo, de mis estudiantes: aquellos que han encontrado la fuerza para ser ellos mismos y aquellos que han aprendido a respetar y celebrar las diferencias de los demás.

Las aulas pueden cambiar el mundo, y esta semana me lo han recordado de una forma que nunca olvidaré.