Ayer tuve la oportunidad de regresar a la Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca, esta vez para compartir una charla con el alumnado del Grado de Magisterio. Volver a este espacio, en el que se forman quienes muy pronto estarán al frente de nuestras aulas, siempre es una experiencia profundamente significativa para mí. No solo por lo que implica en términos profesionales, sino también por lo emocional: la educación empieza aquí, en estas aulas, en estas conversaciones y en estos primeros cuestionamientos.
Este año quise centrar la intervención en un tema que sigue siendo urgente y necesario: la importancia de hablar del colectivo LGTBI+ en la escuela. Reconocer, escuchar y acompañar las identidades diversas en el entorno educativo no es un añadido, ni un contenido extra; es una cuestión de derechos humanos, de bienestar y de justicia social. No podemos aspirar a construir escuelas seguras sin asumir la responsabilidad de nombrar lo que históricamente ha sido silenciado.
Desde mi experiencia docente y desde mi trabajo en la Federación Estatal LGTBI+, compartí algunas claves para acompañar al alumnado LGTBI+, detectar situaciones de vulnerabilidad y, sobre todo, cultivar una pedagogía del cuidado. Una pedagogía donde cada alumna, alumne y alumno pueda sentirse visto, respetado y reconocido en su totalidad.
Hablamos de lo que significa ser docente hoy, en un momento en el que la desinformación y los discursos de odio se expanden con rapidez. Abordamos cómo esto impacta directamente en nuestras aulas y cómo, lejos de paralizarnos, puede ser una llamada ética: la escuela sigue siendo uno de los lugares donde todavía es posible transformar el mundo desde lo cotidiano.
Y, sin embargo, algo que siempre me llevo de estos encuentros es que no se trata solo de enseñar. Se trata de escuchar. La conversación con el alumnado fue abierta, sincera y valiente. Mostraron interés, dudas, inquietudes y, sobre todo, una enorme disposición a aprender y a cuestionarse. Porque, aunque a veces se diga lo contrario, la juventud no está cerrada: cuando encuentra un espacio seguro, lo llena de pensamiento crítico, sensibilidad y compromiso.
Quiero expresar mi agradecimiento más profundo a José Sarrión Andaluz por invitarme un año más y ofrecer este espacio para el diálogo. Su compromiso con una formación inicial docente ética, crítica y socialmente transformadora es fundamental. Gracias también al alumnado por la escucha activa, la participación y la calidez. Me fui con la sensación de que algo importante se había movido, en ellos y también en mí.
Salir de esta charla me reafirmó, una vez más, en la convicción de que la educación no es solo transmisión de conocimientos: es acompañar vidas. Y acompañar significa también nombrar la diversidad, cuidarla, celebrarla y defenderla cuando sea necesario.
Seguiré trabajando para que las aulas sean lugares donde todas las personas puedan existir sin miedo. Porque construir una escuela inclusiva no es un objetivo lejano: empieza aquí, en cada docente en formación, en cada conversación que se abre, en cada mirada que se comprende.
Nos vemos el año que viene. Y ojalá que, para entonces, sigamos llenando las escuelas de dignidad, de cuidado y de futuro.