capítulo 7: navegando las aguas de la evaluación

Cuando estás aprendiendo a enseñar Matemáticas, una de las partes más cruciales es la evaluación de los conocimientos y habilidades de tus estudiantes. Durante mis prácticas de Máster, la evaluación aún era más tradicional y limitada, pero tuve la oportunidad de experimentar diferentes métodos para medir el progreso de mis alumnos. Sin embargo, sabía que si quería adquirir una experiencia completa como docente, no podía eludir una de las evaluaciones más conocidas y temidas por los estudiantes: el examen.

A medida que me preparaba para redactar mi primer examen, me sorprendió lo diferente que era la perspectiva desde la cual me enfrentaba a esta tarea. Hasta ese momento, mi experiencia con los exámenes había sido desde el punto de vista del estudiante, recordando mis últimos exámenes como alumno del Máster. Pero ahora, como profesor, me encontraba en el otro lado, diseñando el examen para evaluar el aprendizaje de mis estudiantes.

Aquella tarde, días antes de la fecha acordada para el examen, me senté frente al ordenador, dispuesto a elaborar una prueba que se ajustara a lo que habíamos trabajado en clase. Sin embargo, conforme buscaba preguntas adecuadas, me di cuenta de que no era tan sencillo como había imaginado. Mi conocimiento de los alumnos, adquirido durante semanas de trabajo con ellos, influyó en mi elección de preguntas. Pensamientos como "seguro que olvidan los paréntesis aquí" o "aquí tendrán problemas con la jerarquía de las operaciones" rondaban mi mente.

Me di cuenta de la responsabilidad que recaía sobre mí al seleccionar las preguntas. Debía evitar sesgos y evaluar objetivamente sus habilidades. Así que, tratando de despejar esos pensamientos subjetivos, me centré en cumplir con los criterios establecidos en la programación. Cuando finalmente terminé de redactar el examen, me invadió una extraña sensación. Sentí que ya sabía cuál sería el rendimiento de mis alumnos, pero también me sentí inquieto y autocrítico con mi propia labor.

Decidí guardar mis expectativas en un papel y no pensar más en ello hasta que los exámenes estuvieran corregidos. El día de la prueba llegó, y pude ver la mezcla de nervios y concentración en el rostro de mis alumnos. Comencé la prueba, recordándoles la importancia de la honestidad y les deseé éxito en el examen.

Mientras los estudiantes trabajaban en el examen, me sentí extrañamente tranquilo pero incómodo. Era la clase más silenciosa que había tenido hasta ese momento, pero también la más tensa. No podía intervenir ni ayudarlos, y esa impotencia me hizo comprender lo complicado que puede ser el proceso de evaluación para un profesor.

Al terminar el examen, recogí las pruebas y comencé a corregirlas. Fue una tarde de sentimientos encontrados. Aunque los resultados fueron bastante buenos, me sentí como un mercenario, una sensación de que eso no era la profesión que yo quería. Sentí que, si hubiera hecho algunas preguntas diferentes, podría haber obtenido mejores resultados, pero me habría desviado de la programación.

Corregir los exámenes fue una experiencia desafiante y emotiva. Me pregunté si realmente deseaba seguir evaluando a mis estudiantes de esta manera. Hablar con mi tutor de prácticas me reconfortó, al saber que había pasado por emociones similares en sus comienzos como docente. Aunque no fue una solución mágica, sus palabras me impulsaron a seguir adelante.

A lo largo de los años, he realizado muchos más exámenes y he aprendido a manejar mejor estos sentimientos. Sin embargo, sigo enfrentando el desafío de equilibrar la evaluación escrita con otros métodos más completos y significativos. Siempre busco la manera de evaluar a mis alumnos de manera más holística, considerando su progreso en todas las áreas del aprendizaje y comprendiendo que la evaluación no puede limitarse solo a exámenes escritos. La búsqueda de esa fórmula mágica para una evaluación más completa sigue siendo un objetivo constante en mi carrera docente. Aunque todavía no lo he encontrado, sé que seguiré trabajando para mejorar y ofrecer la mejor experiencia de aprendizaje a mis alumnos.