capítulo 6: lecciones improvisadas

Durante mis prácticas del Máster de Profesor de Educación Secundaria, hubo numerosos momentos divertidos tanto con mis alumnos como con mi tutor de prácticas, pero uno de los más inolvidables ocurrió cuando tuve la oportunidad de enseñar a un grupo de estudiantes de 3º de E.S.O.

Desde el inicio, me sorprendió la forma excepcional en que los chicos se comportaban en cada una de las sesiones. Estaban increíblemente atentos, participativos y comprometidos con las actividades. Al terminar cada clase, mi tutor y yo comentábamos lo bien que se habían comportado y lo fácil que parecía ser impartir clases a un grupo tan aplicado. No obstante, esta situación generaba cierta inquietud en mi tutor, ya que, aunque apreciaba la actitud positiva de los chicos, notaba que la experiencia docente se estaba volviendo demasiado sencilla para mí. Uno de los objetivos fundamentales de las prácticas era que adquiriera experiencia en el aula, enfrentándome al día a día de un centro educativo.

Consciente de esta situación, mi tutor y yo decidimos que era el momento perfecto para poner a prueba mis habilidades docentes en situaciones más desafiantes. Por ello, planeamos una clase práctica diferente, en la cual enfrentaríamos problemas del tema que habíamos estado trabajando. En esta ocasión, mi tutor desempeñaría un papel atípico al convertirse en un "alumno rebelde".

El día de la clase práctica llegó, y yo adopté mi rol de profesor como de costumbre. Mientras resolvíamos problemas, mi tutor comenzó a interactuar con los chicos de manera disimulada, tratando de generar algo de alboroto en el aula. Les pedía cosas, hacía preguntas intrascendentes y, poco a poco, el ruido aumentaba. A pesar de mis intentos por mantener la calma y dar los primeros avisos, mi tutor continuó actuando de forma provocadora, desafiando mis límites.

La situación se tornaba cada vez más caótica, y me encontré recordando mis días como estudiante de secundaria. Mi paciencia estaba a prueba, pero sabía que debía resolver el conflicto de manera adecuada. Me dirigí directamente a mi tutor, adoptando un tono de enfado apropiado para la situación, y le recordé que su comportamiento era inaceptable en clase. Le pregunté si había alguna razón detrás de sus acciones y le ofrecí mi ayuda si necesitaba hablar sobre algo en particular.

El silencio invadió el aula, y los chicos observaban la inusual escena. Habían sido testigos de cómo llamaba la atención a mi tutor, algo que no habrían imaginado ver en su profesor. Mi tutor, en su papel de alumno rebelde, continuó con la actuación y negó haber hecho algo malo. Pero yo estaba decidido a ponerle fin a la situación. Le pedí que abandonara el aula para meditar sobre lo ocurrido, dejándole en claro que su comportamiento no era tolerado.

Mientras mi tutor salía del aula, los chicos murmuraban sorprendidos. "Ha echado al profesor de clase", comentaban entre risas. Aunque se trataba de un teatro planeado, la situación fue sorprendente y divertida para todos. La clase continuó durante unos minutos más, hasta que decidí hablar con los chicos y explicarles lo ocurrido. Juntos, compartimos risas y reflexiones sobre cómo habían vivido el episodio.

Cuando mi tutor y yo volvimos al aula y les contamos la verdad, la atmósfera se llenó de risas y complicidad. Los chicos se dieron cuenta de que habíamos creado una situación ficticia para poner a prueba mis habilidades como profesor, y apreciaron nuestra disposición para compartir este momento tan especial con ellos.

Esta experiencia quedó grabada en mi memoria, y la considero un hito en mi formación como docente. No habría sido posible sin la colaboración de mi tutor, quien me ayudó a desarrollar mis destrezas y me mostró la importancia de afrontar desafíos en el aula. Agradezco enormemente todo lo que aprendí de él y cómo ha influido en mi carrera docente. Gracias a esta experiencia, me convertí en el profesor que soy hoy, dispuesto a enfrentar cualquier situación y siempre dispuesto a aprender y crecer junto a mis estudiantes.